Génesis [Capítulo 1.005 *Parte 1*] - Mi Alfil y mi Peón.


Piezas de incalculable valor, aunque no lo pareciera lograría un Jaque mate. Nadie sabe exactamente lo que les va a pasar. Nadie se imagina que mi juego está casi terminado y ni se han dado cuenta. Mejor aún, cuánto habrán desertado en la espera, en la trama y vencidos en la batalla. Yo no sería uno de esos, ellas ya eran mías, en especial aquella.

– Déjame pasar imbécil –escucho un poco de barullo en la entrada– que no sabes quiénes somos –la vocecilla de Drako se impone.

Tanto como se lo he enseñado desde que era un pequeño, aquel que seguro si me ponía a recordarlo soltaría una lágrima de nostalgia y no me podía dar el lujo de que mis vistas vieran aquello. No, no, no. Que ridiculez. ¡Ja!

– Abre la maldita puerta, qué esperas, carajo.

– Señor discúlpeme, no tenía idea de que usted fuera el Señor Olliet.

– Pues más te vale que lo vayas recordando o no tendrás mucho tiempo para asimilarlo…

– ¡Drako! –interrumpo de golpe su ridícula discusión– por favor, deja los dramas para otra ocasión, entra –ordeno– y usted, lleve a Dirce al salón y atiéndanla bien.

Manso como un fiel cordero viene a mi Drako con esa mirada indulgente. A estas alturas, ya sabe perfectamente bien cuál es la inflexión de voz en mí con la que debe actuar con mayor precaución y en otras en las que debe ser sigiloso y escurridizo. Me tomo un segundo y reparo en su aspecto, se ve intranquilo, ya no se ve molesto e incluso puedo ver su rostro nervios.

Dejo que merodee por la oficina y se tranquilice hasta que quiera decirme por sí mismo lo que le atormenta mientras finjo terminar pendientes en el ordenador. Lo veo jugar entretenido con un péndulo de Newton, absorto en sus miedos puedo asegurar, no se percata que ha pasado ya bastante tiempo hasta que me he acercado para llamar su atención deteniendo bruscamente una de las esferas de metal.

– No quiero que le hagas daño.

Con cautela me mira de reojo con la esperanza de que tome sus palabras con la mayor serenidad posible y, lo haría si no colocara en la fachada de su rostro ese semblante de debilidad.

– De ninguna manera voy a discutir contigo mi forma de actuar. Sabes perfectamente que así soy y lo soy por una única razón.

– Pero deja a Dirce fuera de todo esto, aún es tiempo…

– ¡De ninguna manera! Ella, tu dulce Dirce, es mi pieza fundamental y tú, no eres nadie para decirme qué o no hacer Drako.

– No es mi culpa que Andras sea lo que es… nosotros no tuvimos la culpa –la furia crece en mi como una voraz mecha desesperada por llegar a la pólvora, sin inmutarme lo tomo por el cuello de su camisa.

– No se te ocurra por ningún motivo volver a mencionar a Andras frente a mí, ¿entiendes? Nunca.

Lo suelto dándole un leve empujón.

¿Quién se cree Drako para hablar a la ligera de Andras? ¿Quién?

– Haré lo que se me venga en gana con Dirce. Te guste o no…

– Ella no está preparada, ¡No lo está! –grita desesperado.

– Y sí no, no me interesa, ella quiere poder, poder tendrá y está dispuesta a todo por él y yo ansioso por recibirlo a cambio. Ha tenido muchos años de preparación y ya no es una niña, sabe a lo que se enfrenta y contra quienes. Tú tan sólo eres un mundano más que se deja llevar por cualquier emoción humana. Me sorprende Drako –me paseo tranquilamente por mi oficina– aquel día que llegaste a mí en busca de tu hermano, cuando solo eras un niño y tú mismo me pediste ayuda me sentí tan halagado y que a través de los años jamás mostraste atisbo de miedo y hoy… ¡Hoy Drako! Se te viene en gana querer portarte como una vieja cotorrona miedosa.

– Yo…

– Tú nada. Dirce no morirá en mis manos, jamás. Ella siempre estará protegida. Ahora hazme un favor, sal de aquí y ordena que preparen el cuarto oscuro y tú y Dirce me esperaran a fuera.

Sí a ese chico no lo conociera, hubiera pasado por alto su mirada furiosa a todo lo que sus ojos miraban excepto a mí. Podremos dejarlo en respeto, eso es lo que él me tiene.

Una vez el cuarto oscuro, disponible para todos los Gigvidia en mi poder, lo que necesitaba era que pusieran su mayor atención, su mayor esfuerzo y así evitaríamos la dolorosa tortura. Los rostros de los quince incluyendo a Drako perfectamente alineados a la pared me miraban expectantes entre la oscuridad y alternaban sus miradas con la de la bella Dirce que parecía mucho más tranquila de lo que hubiese esperado.

Avariciosa era lo que la caracterizaba y eso me gustaba.

En el cuarto se podía observar perfectamente el flujo de la energía a través de cada uno de nosotros, incluso la mía que no pertenecía a los de su clase. La misión de los Gigvidia era crear un estallido psiónico hacia Dirce, el puente debía ser yo. Uno por uno lanzaría toda su energía. Yo, haría la deflexión y la mandaría con intensidad moderada para lograr el cometido. Cada Gigvidia aumentaba su energía en el momento exacto, sus cuerpos eran rodeados por una masa vaporosa y líneas transparentes de un azul eléctrico que aumentaba conforme descargaban toda su energía sobre mí. Provocaban que la oscuridad quedara en un segundo plano y todo se volvía luminoso. Así hasta terminar con cada uno de los quince al cabo de cuatro horas.

Cada Gigvidia se retiró con extremo silencio, al quedar sin energía, con su haz de luz que bordeaba a cada uno a un azul casi nulo al muro más lejano de donde trabajábamos. Con reverencias y elegantemente vestidos de negro, esperaron hasta mi indicación para poder abrir la puerta.

Dirce lucía como una piedra llena de poder luminosa, radiante. Tirada en el piso del cuarto oscuro, sudando y probablemente dentro de sus pensamientos delirando sin parar había entrado en coma como lo teníamos calculado. Con todo el entrenamiento que tomó durante este tiempo sin ella saberlo, era capaz de soportarlo y digerirlo en su sistema. Las formulas para alterar sus células funcionaron a la perfección, para que no muriera en el primer estallido psiónico que le fue dirigido.

Ella sería única en su especie. Mi especie. Creada para un solo objetivo y servir a cada una de mis órdenes. A partir de Dirce crearía una nueva forma de poder. Los implantados.

Gente dispuesta a creer que la inmundita del planeta poco a poco se vendría a bajo si no actuábamos contra aquellos que nos limitaban y no nos dejaban creer en una sola cosa. Si tuviéramos a nuestro lado lo que más anhelamos, jamás habría bandos.


… Γ έ ν ε σ ι ς …


Esto era simplemente masoquismo.

– ¡Adónde vas!

Gritoneó Maureen detrás de mí.

– A clase de Bioquímica…

Respondí alejándome.

Seguramente nadie lo entendía, porque yo, teniendo clases completamente diferentes había seleccionado una materia de esas en mi historial académico. La única razón era: Orlando.

Mientras me acerco más y más a la oficina me pongo a pensar: como de manera increíble y asombrosa el cosmos se alinea por tiempo a tu favor y otros tantos a joderte por completo la existencia. Quisiera saber en qué momento me metí en un lío como ese.

– Hola hermosa.

Su oficina, donde muchas de las veces se encargaba de dar clases particulares a alumnos con cualquier tipo de problemas en las clases de su ramo, a mí me citaba con frecuencia ahí. Y cabe destacar que no tenía ningún problema con las materias de ciencias seleccionadas.

Alto y lo suficientemente fornido con su tez apiñonada y ese cabello oscuro rizado alborotado ya me tiene entre sus brazos.

– Y bien, ¿Qué clase de problemas tenemos hoy?

Suspiré.

– Solamente que el mundo entre tú y yo nos quiere ver lo suficientemente alejados.

– Pero si nosotros no lo queremos, nadie puede detenernos –me guiñó un ojo.

– ¿Tú lo deseas? –pregunté.

– En lo absoluto, lo único que he esperado todo este tiempo es a ti.

Y fue aquel beso que me llevó al cielo infinito y de regreso.

De regreso, cuando me di cuenta que las cosas que los demás decían eran completamente ciertas. No había nada bueno entre una relación tan obsesiva de un hombre mayor y una chica que apenas asimilaba lo que su futuro le traería o la carga que se sobre entendía. Aquel futuro era uno completamente diferente al que él comenzó mucho antes de haberme conocido.

– Sólo quiero el bien para ambos.

– Orlando… yo… yo la verdad no creo –con la voz temblorosa y el cuerpo aún más, esperaba que mis palabras no las tomara en un mal sentido, bueno uno que no fuera ya de por si lo suficiente fatalista– no creo que el modo en que haces las cosas sea el correcto.

– ¿De qué hablas? ¿Quieres decir que ya no me amas? Nácimos para estar juntos Andras.

Tomó mi pequeño rostro entre sus manos con tanta suavidad que por un momento me sentí desfallecer.

– No Orlando, claro que lo hago. Lo hago como no tienes una idea y por eso mismo creo que tú has perdido el camino, has perdido todo lo bueno que hay en ti y de lo que me enamoré.

– ¡Son ellas cierto!

Exclamó con su voz elevada varias octavas. En ese momento me dio miedo pensar hasta de lo que era capaz por llegar hasta una obsesión. Que el destino había marcado como una línea por diferente camino.

– Esas malditas entrometidas con las que pasas mucho tiempo, ésas que te han lavado el cerebro por completo…

– No Orlando, no es así…

– ¡Claro que lo es! Has decidido traicionarme y traicionar todos los planes que cuidadosamente he elaborado para nosotros dos, solo para nosotros dos. No entiendes que ellas son apenas unas chiquillas berrinchudas, pero tú, tú en cambio eres madura, perfecta y una sola con el cosmos.

Poco a poco fui retrocediendo para encontrar la puerta de salida entre abierta y poder huir de una buena vez de todo lo que Orlando hacía.

– Entiende por favor…

– Que ¿Entienda qué? –justo en ese momento me quedé completamente quieta– ¿Qué ya no me amas?

– Que haces mal a las personas…

­– Si sales por esa puerta –se volvió con la furia claramente marcada en el rostro– quienes la pagarán serán ellas.

– Que la tierra y el cielo nos protejan. Pero indefensas piezas del juego que él juega sobre su tablero de cuadros de Noches y Días; aquí y allí mueve, acorrala y da muerte.[


Fueron mis últimas palabras antes de salir huyendo despavoridamente de lo que él llamaba: un lugar seguro para vivir la vida tal y como lo es. Sin farsas ni mentiras.

Maureen se quedó completamente callada, caminábamos por la Plaza Central, su cabeza iba agachada.

– ¿Y bien?

– ¿Y bien? ¿Cómo me preguntas eso, Andras? –resopló.

– Sólo dime algo –quise que mi tono de voz no sonara desesperado pero no lo logré.

– Hace no mucho descubrí que soy una especie de bicho raro, que mi cuerpo esta marcado por quién sabe qué pecado de no sé qué Diosa lujuriosa, que tú te enamoraste de un tipo, además algo mayor que tú, erróneamente incompatible contigo y si lo fue se convirtió en un loco desalmado solo por querer tenerte a su lado y por si fuera poco nos metiste en una condena a muerte.

Sin saber que más decirle agaché igualmente la cabeza.

Era cierto, las había metido en un embrollo sin intención real. Seguro merecía que me patearan el trasero, a mí y a nadie más, por las mismas lujurias que comparto ahora con aquella diosa Anger con la que comenzó todo. Acaso estaba yo destinada a sufrir la misma condena que ella. Si era así debía procurar no inmiscuir a nadie.

– Oh lo siento Andras, no fue mi intención real. Yo, yo estoy muy confundida ¿Sabes? Y tengo miedo de lo que vendrá.

– No te preocupes –sonreí con paz– sé que no es fácil para ustedes asimilar todo esto y que ahora las cosas que te sucedieron tienen una explicación, en especial la cicatriz que no has parado de tocarte desde que salimos de casa de tu hermano.

De inmediato bajó sus manos y las apretó una con otra.

– ¡Sí! –sonrió de una manera boba– siempre me pregunté qué era y cómo es que nadie se daba cuenta que había algo en mi cuello y sobretodo me asusté un día, no hace mucho que empezó a sentirse caliente, hirviente.

– Renaciste por completo como un Touraya y seguramente más cronoquinésicos lo hicieron al mismo tiempo que tú en diferentes universos y si le sumamos que tu círculo de Anjou se ha cerrado…

– ¡Basta! –exclamó con las manos en alto, abrumada– dices tantos tecnicismos que haces que me duela la cabeza, nunca terminaré de entender las mil y un ramificaciones que se supone que se produjo y seguramente las otras miles que se inventaron o sacaron de la manga.

Me reí. Cada una de las chicas lo había tomado de una forma tan diferente que Maureen al ser la última me hacía divertirme montones.

– Sólo dime una cosa más, con esto de ser… ser diferentes se dispara el sentimiento de delirio de persecución o…

– ¡CUIDADO!

Escuché gritar a alguien conocido aunque a la lejanía.

Una ráfaga de viento sopló con furia a mí alrededor. Una prisión natural. Cuando logré con esfuerzos tremendos enfocar lo que sucedía Maureen estaba en brazos de un rastreador sin conciencia, aquel hombre de aspecto terrorífico se acercaba a Tom que yacía en el suelo en posición fetal quejándose.

El tipo gruñó.

– Un simple mundano –su voz era un eco cavernoso y agudo.

Se introdujo en las sombras de un árbol y el remolino de viento a mi alrededor desapareció. Corrí a donde estaba Tom.

– ¿Estás bien? Tom ¿Te hirió?

– Me pateó una costilla aunque no me tocó… cómo –jadeó– cómo sucedió, dónde está Maureen, Andras.

Como pudo se levantó y yo no pude responderle. Me quedé paralizada.

«Si sales por esa puerta quienes la pagarán serán ellas.»

– ¿Andras?

Me gritó desesperado.

– Bueno qué diablos tienes tú en la cabeza. Dejarás que éstas dos vayan solas así nada más porque sí.

– Nos sabemos cuidar –dijo en un tono cortante Mia para Tom que aún se tomaba con una mano el lado derecho de su costado.

– ¡Ah seguro! Crees que porque tienes súper poderes de bailarina saltarina vas a poder con el tipo que me pateó las costillas para sacar a Maureen de quién sabe dónde. El tutú rosa no es un arma mortal.

Espetó.

­– Sabemos exactamente donde está Tom –ahora interrumpió Chiara– no hay necesidad de que te preocupes de más…

– Ustedes sí están completamente locas si piensan ir así como así ¿Qué? Pretenden ir, tocar el timbre, poner lindas caras ante la servidumbre y entonar: Hola, ¿Cómo están? Venimos a salvar a nuestra amiga… y que las reciban con una sonrisa: ¡Sí claro! ¿Café…? ¡Oh no gracias! Solo pasábamos de rápido –con modales y tono de voz exagerado Tom se mostraba irritado– y seguro les responderán: Muy bien ahora volvemos con ella en brazos…


… Γ έ ν ε σ ι ς …


Teníamos los nervios de punta, recorrer la casa de Orlando, no debía ser nada seguro para nuestra integridad, dudaba mucho que fuera amable con los intrusos pero no había más que hacer, el plan era seguir adelante hasta encontrar a Maureen.

No podía creer que lleváramos tanto tiempo ahí, sin ninguna pista aún.

Lo único rescatable era el buen gusto artístico que tenía en cuanto a pinturas tan fascinante era encontrar en una sola habitación a Van Gogh, Botero, Dalí, Picasso, Da Vinci tan variado todo que me quedaba impactada con los colores, las líneas, las expresiones de los rostros de todas aquellas obras de arte crearon un trance artístico hasta que sentí los huesudos dedos de la mano de Mia sobre mi brazo jalándome reaccioné.

La volteé a ver, al mismo tiempo que sentía el jalón, su rostro tenía esas líneas que se le formaban en la frente justo entre las cejas que denotaban enojo y preocupación.

– No hay tiempo para una clase de historia del arte Chiara. Corre, alguien viene.

Tanto misterio dentro de esta casa de miedo acabaría por volvernos locas, cada sombra reflejada en las cortinas, cada silbido del viento, cada roce de nuestro propio cabello sobre la piel de la otra lograba asustarnos.

Había sido una completa locura embarcarnos en una situación de alto riesgo solo nosotras dos, sigo sin creer que hubiese sido una idea sensata, no me hacía sentir menos perturbada las protecciones que Andras nos había brindado. Pero la vida de nuestra amiga corría peligro y ante eso los homicidios no eran la opción viable.

Caminando sin rumbo fijo salimos de una habitación a un estrecho pasillo que contaba con un enorme ventanal que daba al jardín. La siguiente puerta con la que nos topamos era completamente de acero, de un color gris plata que reflejaba los leves destellos de la luz blanca de la luna que se inmiscuía por el ventanal, se veía pesada e imponente, puse mi mano sobre la manija completamente helada, la giré y para mi sorpresa no representó ningún problema poder abrirla, estaba tan ligera como si esperara ser abierta.

Estábamos en una habitación muy extraña que no encajaba para nada con el resto de la casa, ésta habitación parecía perdida en el tiempo. El tapiz en las paredes de un verde olivo con flores, que a mi parecer y con mi mala visión me parecía distinguir flores de lis bordadas en hilo dorado al igual que las líneas que dividían las franjas entre sí, el piso de madera desgastada crujía a cada paso, que dábamos y aquí fue donde a toda costa intentábamos ser sigilosas, había también lo que supusimos eran esculturas, pero todo lo que ahí había estaba cubierto por sabanas amarillentas, percudidas diría yo, con grandes manchas como si les hubiesen derramado grandes cantidades de café encima y jamás las hubiesen lavado, había tantas en aquella pequeña habitación que parecía un laberinto, con aspecto fantasmagórico.

No había ventanas, la única iluminación con la que contábamos era la que se filtraba bajo la puerta, no encendimos la luz para no levantar sospechas, andábamos más a tientas y por instinto. Ya que una «gran visión nocturna» no es algo con lo que contáramos y yo ¡Sin mis lentes!

Todo ahí parecía estar fuera de lugar, como si no tuvieran razón de ser, como aquella escalera que no parecía tener sentido que estuviera dentro de una habitación cerrada y tan pequeña, toda de herradura finamente trabajada, de un color oro oxidado, su barandal era como una delgada enredadera con flores salpicadas, los escalones tenían huecos de estrellas y flores, un trabajo muy detallado para ser tan solo una escalera. Estaba recargada sobre la pared y en el triángulo que se formaba entre la escalera y la pared había un tablón raído, hinchado por agua, como si todo el tiempo lo hubiesen tenido a la intemperie y ahora estuviese ahí porque sólo porque sí.

Todas las habitaciones tenían un aire de elegancia y modernidad, por eso esto parecía sacado de un sueño, a lo mejor Orlando había comprado aquella casa por la majestuosidad que reflejaba y la estaba adaptando poco a poco a su gusto.

Caminábamos por entre las figuras informes, tratando de no mover nada, cuando escuchamos nuevamente esos ruidos extraños que estaban atravesando el pasillo, en el que habíamos estado unos instantes atrás, nuestra ubicación: cerca de la escalera.

Cuando la puerta se abrió, muy lentamente dejando entrar una franja de luz que se ensanchaba poco a poco Mia se escurrió por el hueco que había entre la madera y la escalera muy fácilmente desapareciendo de la vista, yo estaba dispuesta a hacer lo mismo y esconderme pero la franja de luz iba creciendo y creciendo, lo que significaba que la puerta la abrían cada vez más, no tuve tiempo de seguirla, tenía que sortear dos esculturas que me impedían el paso. Descubrí a una de las figuras para taparme con aquella sábana y adoptar alguna posición extraña, para pasar por estatua.

Se encendieron las luces que provenían de un enorme candelabro, podía ver más o menos esforzándome mucho a través de la tela que entró un tipo enorme, con cara de pocos amigos, totalmente calvo y una serie de tribales pintados en toda su cabeza, con una barba de candado que le daba mayor rigidez a su rostro, sus peludas cejas hacían casi una, estaba vestido con una chamarra de cuero negro y tenía en la mano un radio. Lo que me hizo suponer era alguno de los elementos de seguridad de la casa.

Caminó entre las figuras tal como lo habíamos hecho nosotras, con tal exactitud que pareciera que nos hubiese observado o que sintiera nuestra presencia o nuestro aroma y lo siguiera tan fielmente como un sabueso. Pronto reaccioné que era un rastreador.

El hueco en el que se había metido Mia, debía suponer que era pequeño y ella seguramente estaba agachada o incluso acostada, había pensado que estaría segura en ese lugar hasta que fui consiente de los huecos de estrellas y flores que dejaban ver el interior de aquel diminuto lugar y el tipo muy fornido se acercó hasta allá justamente a observar entre aquellas rendijas en formas artísticas y ahora con la luz encendida seguramente la vería tan claramente que sentía el pavor recorriéndome por todo el cuerpo.

Parecía que ya la había visto pues inmediatamente se irguió, rodeó la escalera y aventó el tablón que estaba resguardando a mi amiga ¡Había descubierto a Mia!

Luego de eso, se asomó otra vez y se fue.

Las luces se apagaron y la puerta se volvía a cerrar sólo escuché que maldecía el café y a los gatos, tal vez hubiese confundido a Mia con un gato; me sentí aliviada ante este golpe de suerte y entonces sí emití un casi ahogado grito de dolor, aquel rastreador tarado me había arrojado en pesado tablón sobre mi pie, sentía las lágrimas de dolor por las mejillas, me deshice de la sábana y cojeando fui hasta la escalera para ver a Mia cuando me asomé al hueco estaba vacío no había nadie.

Mia había desaparecido...




[ Edward Fitzgerald, El Rubaiyat de omar Khayyam




1 Alas:

Itzel dijo...

¡Santo Dios!

Esto esta grave…Muy bueno el capi, todo misterioso y lleno de hilos sueltos, ¡Bien!


Besos!


S.K