En los días soleados nos gustaba estar en la azotea del pent-house de las chicas, era agradable, con una atmosfera tranquila, con todos aquellos camastros de madera que las M&M tenían esparcidos por toda la azotea, del jacuzzi salía el relajante sonido del agua burbujeante, me sentía como si estuviera en la playa, tenían algunas plantas que le daban vida a todo el lugar con una decoración de colores grises con el verde de la flora, aunque ahora que me detengo a pensarlo ¿Quién se haría cargo de todas ellas? ¿Cómo es que habían logrado mantener con vida a tanto ser vivo?
– Un jardinero –me decía Mia mientras me entregaba un vaso con un helado flotante.
– ¿Qué? –respondí en inmediato.
– No te estabas preguntando acaso quién mantiene vivas a las plantas…
– Ahh…
– Las mirabas insistentemente. No te preocupes sabemos de qué pie cojeamos; yo a duras penas logro mantenerme viva y Maureen, bueno si Maureen saca alguna vez la cabeza fuera de su laptop no es para regar plantas –Maureen despegó los ojos de su gadget que portaba en la mano derecha, nos miró con el cejo muy junto, reprobando el alegre comentario de Mia.
Todo eso me agarró un poco desprevenida, pero de ninguna manera me sorprendió. Estábamos muy calladitas, recostadas tomando un poco de sol y yo pensaba en los siguientes días, todas las cosas que tenía pendientes, mis exámenes, los trabajos extras y de pronto recordé que la fiesta de aniversario de la reserva de Yoroslav.
Festejábamos 12 años de vivir ahí, a salvo de la guerra. De una libertad que un país, nuestro propio país no nos pudo brindar y a cambio nos escogió a pocos para llevarnos a otras tierras donde nos pondrían a salvo lejos de todos los que amábamos, de nuestra gente y costumbres. Al llegar aquí era empezar desde cero con los pocos que habían logrado subir al tren en ese entonces con rumbo desconocido; fue por demás deprimente estar en ese vagón durante días sin ver la luz del sol. Fue extraño, un lugar soleado y lleno de verdes parados era un mundo mágico. Para mí y mi único amigo Gersain.
Ese, era mi hogar que festejaba su aniversario.
– Chicas recuerden que el próximo viernes es el aniversario de Yoroslav, prometieron ir esta vez –vi como las saqué de balance con mi comentario, hasta Maureen dejó de picarle a su computadora para intercambiar miradas con Mia.
– No te preocupes ¡Claro que ahí estaremos sin falta! –noté como Maureen le aventaba unos ojos furiosos, pero no dijo nada.
Eso significaba que aunque fuese a regañadientes iría, en algunos casos, como éste, la palabra de una valía por las dos. El tiempo se nos pasó volando, no me di cuenta de lo rápido que fue cuando vi la hora ya eran las cuatro de la tarde, era tardísimo, debía salir corriendo.
– Con cuidado… –dijo Mia.
– ¡Ya conoces el camino! –a completó Maureen.
Se despidieron sin que ninguna de las dos se moviera ni un centímetro de su lugar.
Me emocionaba la fiesta de Yoroslav por varias razones, era de las pocas fiestas en las que me podía quedar hasta tarde sin que mamá se preocupara, era el momento donde les bridábamos nuestros respetos a todos los valientes hombres que se fueron a la guerra sacrificando su vida por nuestra libertad, entre ellos mi padre, un condecorado Coronel.
Un día antes del tan ansiado evento decidí confirmarles una vez más a las chicas nuestro pacto, según yo, siempre debíamos confirmarnos todos nuestros acuerdos un poco antes y a sabiendas que las chicas andaban un poco dispersas debía reafirmarlo. La primera que se me ocurrió fue Maureen, Mia tenía entendido tenía en su agenda una de tantas fiestas nocturnas que le imponían en A.I.M.
La línea me dio varios timbrazos antes de que Maureen me contestara.
– Escucha Tom, no te tires a ninguna chica en esa fiesta. No son buenas. No son buenas chicas.
– ¿Qué? ¿Maureen? ¿Eres tú?
El tono de voz de Maureen sí sonaba preocupado pero además de eso sonaba tremendamente ebria o por lo menos las palabras las había arrastrado con singular precisión que eso parecía. Ya me imaginaba yo a ese Tom, seguramente le había hecho pasar un mal rato.
– ¡Oh! Chiara, eres tú.
– ¡Yeap! ¿Qué haces? ¿Dónde estás?
– Estoy… estoy estudiando para mi… mi último examen de foto… fotografía.
Aquello era completamente falso, la música a volumen alto la delataba.
– ¿Vendrás mañana a Yoroslav?
– ¡Uh, uh, uh! –sonó un beep, beep en la línea– Es el diablo no cuelgues, dame un segundo…
Y de los segundos pasaron a un par de minutos y de pronto la llamada se cortó.
– ¿Estás ahí? No ¿Verdad?
En fin, era ya el gran momento de Yoroslav pero no podía irme saliendo directamente de clases, mis amigas no tenían ni la más mínima idea de cómo llegar, entonces me ofrecí a llegar a su casa y de ahí irnos en alguno de sus autos. Mi última clase terminaba a las dos así que en menos de una hora estaría con ellas, teníamos en tiempo justo; la ceremonia comenzaba a las cinco, lo que sólo nos daba tiempo de tomar algunas chaquetas, subir al auto e irnos si no nos deteníamos en nada más llegaríamos a tiempo.
Espere a fuera de su edificio cerca de 20 minutos, ninguna de las dos se dignaba a llegar, le llame a una y a otra pero ninguna contestaba, quizás habían olvidado a qué hora habíamos quedado, me estaba desesperando, no era posible tanta desconsideración de su parte.
Y si me iba ya, sola, pero que tal que sí querían ir y yo las dejaba plantadas… mi delirio de decisión fue interrumpido cuando Mia llegó echa un desastre, bajando de su auto corriendo, bajando con más cosas en las manos que más que parecer que iba a la escuela, parecía que se mudaba de casa.
– Perdón amiga, se me ha hecho un poquitín tarde, me baño ahora y nos vamos –me decía mientras se las arreglaba para abrir la puerta con todas aquellas cosas. Le quité una de sus bolsas para ayudarle, pero a mi amiga no le paraba la boca, creo que desde que se bajó de su auto no tomó aire en un buen rato–. Es que tuve que hacer la acción evasiva… dos veces, amiga dos veces, creo que ahora sí la he liado, que he terminado con Edward, bueno no, eso creo… ya lo conoces, desapareció por completo por no sé cuantos días y yo pensé que pues lo nuestro había terminado, y de pronto llega y dice que todo estaba muy bien con nosotros y bla, bla, bla pero yo empecé a salir con Robbie…
– ¿Quién es Robbie?
– Un chico que conocí –ahora hablábamos de muro a muro, Mia aventado todas sus cosas en el sillón de la entrada, subió corriendo directo al cuarto del baño– es muy lindo y todo, pero aún quiero a Edward, pero como voy a saber qué pasa con nosotros si el hombre no habla, cualquiera pensaría que lo nuestro había acabado igual que como empezó…
Estaba enojada, llegaríamos tarde a la ceremonia. Yo sé que a ellas no les interesaba para nada esto, pero un poco de consideración debían tener, les había dicho que teníamos que salir de Mancher a más tardar a las tres de la tarde y eso ya con el tiempo encima.
¡Eran ya 3:30!
Escuché como Maureen por fin llegaba, bajé las escaleras para encontrarme con ella.
Su cara fue de total sorpresa, como si no esperaba encontrarme dentro de su casa.
– ¡Chiara! Pensé que habíamos cambiado el código de seguridad –musitó.
– ¡Sólo elijó que ponerme y nos vamos! –escuchamos el grito de Mia desde arriba.
– Uuuh, ya entiendo… –fue lo único que dijo Maureen, eso de ninguna manera era una buena señal.
Salimos de ahí a las cuatro de la tarde.
– ¡Tranquila, llegaremos a tiempo! ¿Mi carro o tu Jeep? Bueno lo que sea tú manejas, yo me voy a ir arreglando en el camino –le dijo Mia en cuanto puso un pie en el lobby.
Mi frustración estaba al tope, hablaba lo indispensable, sólo para dirigir el camino, aunque hubiese querido irme sola, dejarlas ahí, tratar de correr, ya era demasiado tarde. Esperarlas era lo más rápido irónicamente.
Maureen iba conduciendo, yo estaba con ella adelante. Mis amigas pasaban muchísimo tiempo juntas, incluso antes de que compartieran el pent-house, por eso a veces me perdía en medio de sus conversaciones, estaba ahí sin estarlo, no entendía la mitad de sus comentarios. Eran chistes locales, demasiado locales.
… Γ έ ν ε σ ι ς …
Estacionamos mi Jeep a la entrada de la Reserva, porque desde luego no dejaban entrar a ningún auto desconocido, difícilmente dejaban entrar a las personas no rusas. Yo no entiendo por qué tanta faramalla, ni que quisiéramos conquistar aquella Reserva, debían en algún momento superar aquella guerra que los obligó a instalarse ahí, podía apostar lo que fuera a que si seguían ahí era por mero gusto, ya podrían haber salido de su burbuja en busca de nuevos horizontes.
Volver a entrar por aquellas enormes puertas, me recordaba la primera vez que Chiara nos había llevado a su casa, había sido unos años atrás, porque nuestra amiga no era de las que te invitaba muy seguido a su casa y aunque lo hiciera, estaba lejísimos de todo, como para ir…
– ¿Quién ser y que querer?
¡Qué bonita forma de recibir a las visitas! Se me crisparon los nervios por la poca amabilidad que aquella mujer de aspecto duro fue lo único que nos dijo cuando nos abrió la puerta, la tímida de Chiara iba atrás de nosotras.
– ¡Madre ellas son mis amigas del Colegio!
Fue lo que dijo Chiara, que bueno que habló antes de que yo dijera alguno de mis ya característicos comentarios.
– Ella es Maureen Zandervang –creo que fingí más de lo necesario mi sonrisa levantando un poco la cara– y ella es Mia Dumarc –mi amiga la boba estaba fascinada con todo lo que veía tenía una enorme sonrisa de oreja a oreja, le estiró la mano para saludar a la señora Borst pero la señora se dio la media vuelta y avanzó unos pasos hacia dentro y dijo:
– Pasar y no hacer ruido.
Creo que entramos un poco miedosas después del caluroso recibimiento, ahora entendía el por qué Chiara era tan extremadamente quisquillosa con el cumplimiento de las reglas, tan meticulosa con los detalles, tan exageradamente perfeccionista, tan renuente a la aventura.
Todo se aprende en casa, diría Varick y mi mamá nos miraría a Moritz y a mí apoyando esa frase.
Observe todo a mi alrededor, estaba impecablemente limpio, nada fuera de lugar, todo reluciente.
– Lo siento, es que madre habla muy poco el idioma, ella prefiere el ruso, así que sólo conoce lo indispensable. ¿Les ofrezco algo?
– Ammm… Ammm…
– Mejor vamos a poner la película –tenía que salvar a Mia o se quedaría trabada en su Amm, amm.
– No película, deber estudiar primero.
«¿Qué?» Brotó en mi mente el ser malévolo y enfadado al contradecir mi deseo. Qué se muestre quién se atreve a retar por detrás mis órdenes…
Asomando la cabeza por la pequeña puerta de la cocina fue indiscutible no saber que era su madre y eso de «estudiar primero» era lo que menos esperábamos para un viernes por la tarde.
Chiara nos había invitado con muchas reservas a su casa a pasar unos días, Mia había sido muy insistente, teníamos años de conocerla y hasta a penas nos había invitado a su casa. Nuestra idea era pasar un delicioso fin de semana lejos de la vigilancia de nuestros padres, lejos de la ciudad, para romper nuestra rutina y yo distraerme de que mi apestoso hermano estaba de gira una vez más. Chiara había dicho que su mamá era una persona increíble, un poquito exigente, pero nada fuera de lo normal, creo que deberíamos redefinirle varios conceptos en su diccionario personal. Pese a nuestras caras de susto y enojo, tratamos de impedir aquel atropello a la diversión y libertad de recreación pero nada tuvo resultado ¡Nos puso a estudiar!
– ¡Ni mi mami me obliga a hacerlo!
– Shhh –me calló Mia para que la señora Borst no me escuchara.
– Bueno chicas, es importante que refresquemos todo lo que hemos visto por la tarde en clases para tener los conceptos frescos –hasta Chiara hablaba en susurros.
¿Qué clase de represión se manejaba en este lugar?
Intercambiaba miradas con Mia, no podía creer que de verdad estuviera estudiando un viernes por la tarde, jamás en mi existencia y es más lo habíamos dejado como acuerdo en nuestras vidas: Moritz y yo no tocaríamos un libro saliendo de ella en viernes. Sentía como las hojas me quemaban en las llamas de los dedos y las letras se movían de sus filas, me estaba quedando dormida y eso no fue lo peor de ese día, cuando terminamos de «estudiar» nos bajó a merendar. Bajamos casi a tropel, cualquier cosa era mejor que estar encerradas en el pequeño cuarto de Chiara sin hablar, pero cuando ya estábamos abajo nos vimos en la sorpresa de que antes de ser dignas de probar bocado debíamos leer un capítulo de la biblia, todas juntas.
¡Me caigo el mar!
Creo que elevé mis ojos hasta ponerlos en blanco ¡No podía ser cierto! No era real, nos sentamos en la sala y la señora Borst empezó a medio leer y lo digo así porque en la portada de su pulcro libro se notaban todos los caracteres finamente grabados en ruso y se notaba el esfuerzo de la señora por decírnoslo en nuestro idioma. Chiara era la única realmente interesada, sentada toda erguida con los ojos bien abiertos, Mia y yo estábamos desparramadas en el sillón, mirando el techo, las figuritas, las formas del tapete, de vez en vez cuchicheábamos entre nosotras sobre las cosas que nos habían pasado aquella tarde.
– Creo que ya lo pensé mejor, deberíamos regresar a casa hoy por la tarde –me dijo Mia.
Hacia ya algún tiempo encontramos una hoja con la manera de mostrar el abecedario por medio de la mano. Así que era una de las tantas formas en que nos comunicábamos y parecía que solo movíamos la mano sin sentido para los demás.
– Eso ya estaba decidido desde «quién ser y qué querer» –hacía mi mejor imitación de la señora Borst a discreción con la mano pero desde luego poder haber echo una inflexión con la voz ahí en frente pudo bien haberme llevado a La Pared y ser fusilada por todos los habitantes de Yoroslav.
– ¿Ah sí? Por eso yo decía, que sí, pero después de comer vale, es que muero de hambre…
– ¡Shh! –error de Mia decirlo en voz alta pues nos calló la señora Borst, torcí la boca y nos quedamos en completo silencio a partir de ahí.
Por más que lo deseaba el tiempo no avanzaba, miraba el reloj cada dos minutos, hasta parecía que lo hacían apropósito, resistirse a morir. ¿Qué tan prudente era que sacara mi celular para accesar al chat? Donde seguramente podría estar mi hermano y salvarme del aburrimiento. Le imploraba a las fuerzas del más allá que alguien me llamase y nada.
Muchos años llevamos a cabo y mamá nos crió con la fiel leyenda de: todo aquello bueno o malo que hagas en tu vida será recompensado y devuelto cuando sea el momento necesario, karma; jamás nos habló de un Dios al que debíamos depositar nuestra voluntad y mucho menos esclavizarnos o esperar sentados a que él nos resolviera nuestro destino mucho menos implorarle suerte porque eso, lo crea uno mismo con la energía que emanamos.
Mientras vagamente y por puntos diferentes le prestaba un poco de mi atención a la Señora Borst divagaba alternadamente entre quién podría tener mayor credibilidad, si ellos por tener un Tótem o yo por ser muy hereje y pensaba darle más largas cuando tuve que darle un codazo a Mia que estaba cabeceando y de pronto se le ocurrió a la señora Borst que nosotras leyéramos también un par de párrafos «de la palabra del Señor…».
¿Qué nadie le dijo a la Doña Señora Borst que no sabemos leer ruso?
Salimos bien aireadas de la lectura eclesiástica. Ya habíamos terminado de cenar también y estábamos de nuevo en el cuarto de Chiara, recogiendo nuestras cosas y de pronto no recuerdo muy bien cómo inicio la plática pero Chiara empezó a hablar a contar un poco de su historia antes de llegar a la reserva ¡Justo antes de irnos!
– Se llama o llamaba Misha, la verdad no sé si siga vivo. Un día antes de subir a aquel tren que cambio mi vida, lo recuerdo perfectamente como si fuera ayer –estábamos a punto de salir, estábamos guardando todo y a nuestra amiga se le ocurría ponerse a contar su historia amorosa.
Me dieron ganas de patearle en trasero seriamente.
– Éramos unos niños, recuerdo su cabello rubio, despeinado por el viento, su piel más pálida que la mía, sus labios eran los más sobresaliente de su rostro, totalmente rojos, era pecoso, pero solo lo podías notar si te acercabas mucho o ponías mucha atención, era un niño precioso y además súper tierno. Un poco intenso habrá que admitirlo.
– Definitivamente no estás en posición de juzgar la intensidad de la gente, amiga –le dije pues si de intensidad hablábamos ella se llevaba las palmas de oro. Hizo caso omiso a mi comentario y siguió contándonos…
… Γ έ ν ε σ ι ς …
– La plaza roja estaba completamente cubierta de nieve, los edificios estaban iluminados en sus contornos por las luces amarillas, cada ventana… no había mucha gente, evidentemente hacía mucho frío, pero Misha y yo corríamos por toda la plaza, eran cerca de las ocho de la noche, esperábamos a que nuestras madres salieran de sus trabajos. Mientras nos dejaban jugar en la nieve.
Jugábamos a las atrapadas yo venía a la delantera, mirando constantemente atrás para que no me atrapara, nuestros pies se enterraban un poco en la nieve, nuestras mejillas estaban rojas por la carrera, a pesar del frio.
– ¡Contesta mi pregunta! –me dijo.
– ¡No!
– ¿No contestaras mi pregunta o no te casaras conmigo?
– Misha Vólkov tengo ocho años, toda una vida por vivir, no tengo planes de boda aún.
Me volví a echar a correr, Misha me gustaba mucho, pero no pretendía casarme con un niño de diez años, pero él me atrapó fácilmente, algo así, pues él venía a toda velocidad y yo me detuve de pronto para voltear a verlo, por qué había dicho que no, si en verdad sí me gustaría casarme con él. Era increíble pero a mis escasos siete años de edad estaba enamorada de él sentía maripositas en el estomago y me sonrojaba cuando estaba demasiado cerca, como en ese momento que no se pudo detener al verme ahí parada sin moverme y me tiró. Esa era la parte buena de tanta nieve, no me dolió mucho el golpe.
– Sí acepto.
– ¿Es en serio?
Sólo le sonreí, lo tenía encima de mí se acercó peligrosamente a mi cara, podía sumergirme en el azul de sus ojos y me besó. Fue mi primer beso, el mejor, más dulce y tierno que nadie me haya dado jamás.
– ¡Siete años! Yo tardé tres o cuatro años más… –decía Mia, la verdad no les estaba poniendo mucha atención a las caras o gestos que hacían mis amigas, me quedé con la evocación del que fue mi primer amor, me preguntaba qué habría sido de él.
Lo extrañaba, mi mejor amigo de la infancia, mi primer amor…
Escuché que suspiré, fui yo misma quien me sacó de aquel sueño de mi pasado.
– Saben si daría lo que fuera por volverlo a ver… –les confesaba más desde mi subconsciente.
… Γ έ ν ε σ ι ς …
Entramos a la Yoroslav, como aquella vez por esas enormes puertas que ahora habían pintado de rojo brillante, como mis zapatos, me sentía «Dorita del Mago de Oz» siguiendo el camino amarillo, que en nuestro caso era un empedrado, que me dificultaba caminar con esos tacones.
Llegamos a la puerta para identificarnos, que Chiara autorizara la invitación y así poder entrar. Vaya la vibra del lugar, no había cambiado para nada, seguíamos siendo los bichos raros del lugar, algo así debió sentirse Chiara toda la secundaria, la gente nos miraba como si tuviéramos monos en la cara ¡Qué nunca habían visto a chicas tan hermosas pasar a su lado!
Yo estaba acostumbrada a que la gente me viera en los escenarios, pero no tan de cerca y con re memorable expresión de «Quién ser y qué querer» jamás lo olvidaría, me causaba mucha risa recordarlo, además nos miraban y se cuchicheaban, nos señalaban ¡Qué personas tan mal educadas! ¡Eso no se hace! Por lo menos evitas que la persona a la que viboreas lo note.
Para la buena suerte de Chiara todo el evento se había retrasado, si ya decía yo que se estresaba demasiado. Llegamos un poquito tarde, Maureen manejó como si no hubiera mañana, supongo que lo hizo porque una no quería venir, eso ya la tenía medio de malas y dos Chiara le contagiaba su estrés además creo que dejé mi sistema nervioso y mis uñas en el Jeep, definitivamente cuando cualquiera de las dos manejaba no había posibilidad de aburrimiento.
Nos sentamos en las filas de en medio, la señora Borst había apartado algunos lugares, nos sentamos, saludamos cortésmente, aunque seguía tal cual como la última vez que la vimos, no dominaba el idioma, creo que no le interesaba en realidad hacerlo.
Inicio la ceremonia y todo lo que dijeron fue en ¡ruso! No entendí ni el saludo, Maureen y yo nos limitábamos imitar lo que la gente de nuestro alrededor hacía, si se paraban nos parábamos, si se sentaban nos sentábamos, si hablaban nosotros movíamos la boca fingiendo que decíamos lo mismo. Si mi mente estaba en otro lado seguramente la de Maureen también.
Por fin terminó, anunciaban la hora de ir a la mesa a comer, eso nos tradujo Chiara. Había grandes tablones cubiertos por los blancos manteles y las banderas rusas por todos lados.
Una de las mesas estaba completamente dedicada a los platillos, para que fuera tipo bufet. La «Oliva» no podía faltar, nos servimos un poco de todo lo que se nos hizo apetecible, la señora Borst insistía en que estaba muy delgada y debía comer más, acercaba y acercaba comida, pero era demasiado. Debía conservar mi peso o no entraría en mi vestuario de Giselle.
Empezó a hacer un poco de aire, pero el ambiente de fiesta y los muchos litros de vodka que se habían consumido mitigaba el frío.
– Ya vámonos, quedé de ver a Tom –murmuró Maureen.
– ¿No qué estaban peleados? –desconcertada me quedé.
– Sí, bueno un poco pero prefiero pelearme con él allá en Mancher que con mi frustración aquí.
– Tranquila, un rato más y nos vamos.
– No te llamara Edward verdad Mia Boba Giole porque saldríamos corriendo.
– Pues si por eso estamos aquí, para evitar a Edward, por eso estoy haciendo tiempo –me reí de puros nervios. Mi amiga puso su cara de enfado total, cruzada de brazos. Pero yo sé que se le iluminaron los ojitos cuando vio a uno de los rusos que atravesaba el lugar.
A Chiara la notaba muy sonriente, radiante, pero igual de callada que siempre. Pasamos un rato más así, Maureen estaba metida totalmente en su celular, era su forma de evadirse y sobrevivir a la situación. Se le ha de haber acabado la batería cuando se levantó de la mesa muy autoritariamente dijo:
– ¡Basta! Ya me voy ¿Te vienes conmigo o te quedas?
– ¡Ay no! Pues vámonos.
¿Cómo se le ocurría la simple posibilidad de dejarme ahí? Estaba lejísimos de Mancher y no me sabía regresar, menos en transporte público, nunca en mi vida lo había utilizado. Nos acercamos con sigilo a la mesa donde estaba Chiara platicando con su hermano.
– Bueno amiga ya nos vamos, nos despides de tu mamá, le das las gracias por la invitación –le decía a Chiara.
– Las acompaño.
– ¿Estás cómo muy contenta no Chiara? –le preguntó Maureen, creo que notó lo mismo que yo, sólo que su tono un poco más bien acido, de cualquier forma Chiara no lo notó o ya pasaba mucho tiempo con Maureen, mi mente divagaba cuando Chiara contestó.
– Sí.
– Y eso ¿Por qué?
– ¿Por qué le preguntas? No ves que le encanta ponerse a hablar justo cuando ya nos vamos –me murmuró Maureen tan bajo que Chaira no sé percató.
– ¡Tú le preguntaste primero!
– Sí pero… –la interrumpió Chiara con su comentario, de verdad que nuestra amiga debía estar muy ebria, para no ponernos ni un poquito de atención y contestar tan de buenas y a la primera.
– Por Hodge.
«Hodge… Hodge ¿Hodge?» no pues por más que le daba vueltas no recordaba ningún Hodge en la vida de mi amiga.
– No recuerdo a ningún Hodge –le decía mientras ella se recargaba en el Jeep de Maureen con cara de ensoñación.
– Es tan inteligente, centrado ¡Tan guapo! –hablaba o lo alababa como yo nunca había visto, la escuchaba y de repente venían a mi recuerdos, pequeñas iluminaciones y ¡Oh, oh! no podía ser… mi amiga no sería capaz o ¿Sí?
– ¿Hodge…? –justo en ese momento se me tenía que olvidar el apellido del sujeto– Hodge, bueno tu maestro de la facultad…
– Sí…
Volteé a ver a Maureen que, ya no se veía molesta por estar a fuera de la reserva, congelándonos con el aire, sino con una cara de sorpresa con los ojos como verdaderos platos miraba con la quijada desencajada y a través de la oscuridad sus ojos brillaban de la incredulidad.
– ¿Te revuelcas con tu maestro? –dejó escapar Maureen así sin más, ni el menor grado de sutileza, por supuesto Chiara reaccionó, como si la borrachera se le hubiese bajado en dos segundos, mirándonos fijamente.
– Bueno… yo… en realidad… –entre palabra y palabra carraspeaba, lo que nos dejaba clara la respuesta, pero queríamos escucharla con todas sus letras.
– ¡Chiara podría ser tu abuelo! –lo había visto de lejos una vez, Chiara lo señaló a unos metros del restaurante de la calle Coen.
– No es tan mayor –intentaba defenderlo, pero no se puede defender lo indefendible, era un tipo tremendamente viejo.
– Pero ¿Cómo? Cómo pasó…
– Sí, sí cómo paso bueno, ¡Claro que sé como pasó o pasa ese tipo de cosas! Pero qué estabas drogada o por qué rayos fuiste a para en la misma cama…
… Γ έ ν ε σ ι ς …
– Me quedaba tantas tardes después de clases en la biblioteca, que un día se acercó a mí, diciendo que mi apasionamiento por la escuela era sorprendente, que alumnos como yo se encuentran muy pocas veces en la vida. Pasó toda la tarde conmigo en la biblioteca ayudándome con algunas dudas que tenía en su materia y otras. Habíamos trabajado mucho aquella tarde, me invitó a comer para que despejara la mente, hablamos de todo un poco. Fue fantástico tener con quien hablar tan exhaustivamente de todos los temas, reíamos…
– ¿Hubo sexo desenfrenado? –me preguntaba Maureen ¡Bueno que esta mujer no podía pensar en otra cosa que no fuera sexo!
– ¡No!
– ¿No, en ese momento? –me decía Mia, de verdad que cuando se aliaban eran insoportables.
– Nació una bonita amistad a partir de ese momento.
– ¡Ah patrañas, «amistad» pinche viejo rabo verde! –reaccionó Maureen, en lo que parecía sólo lo iba a conservar para sí, pero hizo el cometario en voz alta.
– Ignórala amiga ¿Qué paso después? –no le interesaba a Mia si Maureen me molestaba o no, sólo quería que siguiera contando mi historia con Hodge, yo lo sabía y en circunstancias normales no habría seguido, pero el alcohol tiraba de mi lengua.
– Pues ya no iba a la biblioteca cada tarde a hacer las tareas, ahora me quedaba en su salón después de su última clase, salían sus alumnos y entraba yo. Me ayudaba a terminar mi tarea o trabajos, después tomábamos café, platicábamos, después de unas semanas me ofreció…
– ¿Y entonces tuvieron sexo en el salón de clases? –ignoramos una vez el comentario de Maureen.
– Me ofreció ser adjunta en su materia, me sentía halagada de que un hombre como Hodge, un profesor tan prestigiado en la Universidad, confiara en mí a tal grado, para dejar en mis manos a sus alumnos, eran de primer semestre. Un desafío sin duda. Acepté su ofrecimiento, me advirtió que eso me acarrearía más trabajo, menos tiempo libre, debíamos preparar las clases, calificar exámenes y trabajos, ayudar a los alumnos con sus dudas al final de cada clase.
«Madre se puso muy contenta con la noticia, incluso Hodge habló con la Coordinación Académica, para que se me pagara un sueldo, por lo menos una ayuda como si fuera becaria. Estaba muy contenta, con todo aquello.»
«Un día después de clases fuimos a su casa, para que me diera los libros que necesitaría y algunos otros, preparar nuestra primera clase juntos. Sirvió unas copas con vino tinto, antes de empezar. Te molesta si pongo música, trabajo mejor con algo de inspiración, me dijo. Trabajamos en el temario, estábamos sentados en su sillón y el sol nos daba su cálido abrazo en la espalda, cada que ambos volteábamos vernos quedábamos muy cerca, yo sentía que el corazón se me iba a salir, hasta respiraba más rápido de lo normal. Llevábamos dos copas cada uno, podía sentir un leve rubor en mis mejillas y de pronto me besó. Fue un besó breve, se retiró de inmediato, pidiendo disculpas y entonces fue cuando yo me le fui encima, devorándolo a besos. Me di cuenta de lo que acababa de hacer y me alejé de él tan rápido que no dijo nada, tomé mi mochila y salí de ahí. Estaba apenada, consternada pero de ninguna manera arrepentida de lo que había hecho. Por más que intentaba esconderme para no tener que enfrentarme a las explicaciones que ambos debíamos dar, me di cuenta de lo estúpido que era aquello, pues debía ir a dar la clase a la que ya me había comprometido.»
«Llegué como animalillo antes del matadero, caminando despacio, como no queriendo hacer ruido y sus alumnos no notarán el rubor de mis mejillas. Él estaba ahí tan inalterable, seguro de sí mismo, sonriente. Me presentó con la clase y la clase empezó. Yo lo observaba como enajenada, endiosada por toda su sabiduría y su soltura ante aquella manada de adolecentes indomables. Fuimos nuevamente a su departamento, para hablar… me dijo todo lo que sentía por mí, lo hermosa que me veía, lo frágil e inocente, casi, casi me dijo que era un hermoso ángel cristalino con enormes alas blancas. Lo volví a besar, estaba segura de todas sus palabras y dado que tenía meses que lo idolatraba de lejos y esta cercanía me confirmó todo lo que ese hombre me hacía sentir. Me tumbó sombre la pequeña mesita de trabajo que estaba frente a nosotros y todos los papeles salieron volando…»
– ¡Basta, basta! No quiero escuchar todos los sucios detalles – me decía Mia arrugando el cejo.
– Yo sí…
– ¡Maureen! –chillamos las dos al mismo tiempo.
– ¡Oh pues! Bien dicen que más calladitas, son las más rompe paredes –dijo Maureen y no me quedó más que tragarme una buena respuesta para aquello, aunque, si lo veíamos objetivamente: era un tanto cierto.
– Y bueno como te sientes con… bueno… respecto a… «eso».
– No es un «eso», es mi novio. Hodge y yo somos novios desde hace cuatro meses…
– ¡Y no nos habías dicho nada! – toda alterada recitaba Mia.
– Y qué es lo que te sorprende –le susurró Maureen, pero alcance a escucharla.
– Además él me comprende perfectamente, eso de que no pueda salir muy seguido, que no pueda llegar demasiado tarde, respeta mis espacios…
– ¿Cuántos años tiene el vegete? –preguntó Maureen.
– Él… –ya no alcancé a contestar, la voz de madre retumba desde la puerta de la reserva hasta donde estábamos nosotras– se van con cuidado –fue lo que les alcancé a decir antes de echar a correr a la puerta de Yoroslav.
1 Alas:
Hey Zay!!!!
De nuevo por aquí registrando mi presencia...XD...
Que buen capítulo, me reí mucho...y a decir verdad creo que Maureen me sorprendió con lo pasota que es...XD...creo que hay algo de cada personaje que se parece bastante o por lo menos a mi...^_^
Saludos, Alex!!!
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