Capítulo XVII [ Parte 3 ] Demasiado cerca para un suicidio emocional.





Bill Kaulitz...

  • - Es... es... ¡Es imposible hablar con tu hermana! – escucho que Georg habla por su teléfono y aunque alejado su volumen de voz es alto y ¿se queja de alguien a esta hora? – ¡ya sé! ya sé que hice mal ¡ya sé que soy un torpe! – y aunque eso último no habría manera de como alegárselo, no sé exactamente de qué, podría ser cualquier cosa o de lo que acababa de suceder ¿pero a quién se lo platicaba? Si, a un lado estaba su amigo Fabiho, no le encuentro mucho sentido a lo que dice y más porque Georg no es de las personas que se exalten muy a menudo – ¡lo sé! lo siento, pero tenía que sacarlo, golpear a Fabiho no sirve de mucho, ¿no desperté a la niña o sí? – ¿niña? ¿cuál niña? ¿de qué jodidos hablaba? – fue mucho mejor así, no tenía idea de que vendría y seguramente tú sí lo sabías y mira lo que paso Amélie terminó perdida y a punto de hacer un gran espectáculo a media fiesta – ¿A quién más iba a invitar? Alguien, que seguro conoce a Amélie por cómo le habla... de pronto sentí la pesada mirada de Tom sobre mí, "esperando en la línea" a que le prestara un mínimo de mi atención, el cual no estaba recibiendo y estaba a la nada de hacerme una rabieta del por qué no le hacía caso, al mirarlo de reojo me hizo parpadear, desconcentrándome y entendió que estaba en pensamientos mucho más importantes.

Desafortunadamente en ese lapso Georg terminó su llamada y como señora cuarentona me he enojado por no escuchar el gran final, ¡todo por mi hermano!, que de un tiempo para acá andaba bastante extraño. Todos abordamos la camioneta sobrante, bastante apretujados íbamos por haber cedido la otra a Mariella.

Esperar más de una hora en los aeropuertos, se vuelve algo de lo más aburrido y tedioso, al menos, éste en Inglaterra, no lo conocía y me dediqué a merodear entre las tiendas, que, aunque son todas las mismas, por lo menos tienen acomodado las cosas en lugares distintos. Me detuve un buen rato en un estante hojeando una revista, pasaba las hojas en busca del rostro de Gabrielle; debido al poco tiempo que tuvimos disponible, aún dentro del afterparty, no pudimos estar mucho tiempo juntos, si no era a ella la que la asediaban los fotógrafos, era a mi cualquier otro reportero pidiendo unas palabras por la buena noche que tuvimos en la premiación...

A lo lejos veo de reojo que Tom se acerca, Georg, Fabiho y Gustav platican muy a gusto un poco más alejados. De inmediato mi mente cambia de la bella imagen de Gabrielle que he encontrado, al bello discurso que tengo para Tom.

  • - ¡Ten! – me tiende un café, aunque parecemos tranquilos, la hora de la madrugada que es, comienza a rendirnos cuentas y ansiamos subirnos al avión y dormir las largas horas de vuelo que nos dejarán en América.
  • - ¿Piensas comprarme con café? – le pregunto, cerrando la revista colocándola en su lugar y tentando con los labios que tan caliente está el liquido. Tom es tardío en su respuesta.
  • - ¿Tan obvio soy? – me regresa una nueva pregunta.
  • - ¡No lo crees! – comienzo a caminar por los alrededores – eres mi hermano ¡Y! eso me da derecho a decirte que lo que hiciste en la camioneta fue un completo exceso.
  • - ¡Pero no hice nada! – dice sin entender mi punto, como si lo estuviese culpando injustamente. Me quedo callado y lo miro con los ojos entre abiertos – ¡Vamos Bill! ni siquiera fue un beso cerca de la boca, fueron cariñitos de grandes amigos – entiende mi punto y sale con tremenda explicación.
  • - ¡Amigos, no son! – le rebato.
  • - ¡Porque tú no me dejas! – se queja con un tono más alto que el mío.
  • - ¡Patrañas, ahora resulta! ¿De cuándo acá te prohíbo cosas? y sobre todo me haces caso – le digo con ironía.
  • - Dijiste: "Déjala en paz Tom" ¿Lo recuerdas? – imita mi tono de voz y reflexiono.
  • - Mmmm ¡no! no lo recuerdo, pero eso deberías hacer – le apunto con el dedo, con un serio gesto que sabe que no estoy nada a gusto con lo que está pasando.
  • - ¿En qué momento te volviste el defensor de Hagen? – me mira ceñudo y juraría un tanto celoso.
  • - No estoy del lado de ninguno, sólo no quiero problemas entre ustedes dos... suficiente me basto con ver la cara que puso cuando le plantaste tremendo beso frente a él.
  • - ¿Se puso celoso? – me pregunta como un niño muy curioso y lleno de felicidad. Junto mis cejas y tuerzo la boca. No le entiendo.
  • - ¿Oye qué tramas? No le veo el chiste a que hagas rabiar de esa manera a Georg, te has divertido con él y de formas diferentes a lo largo de mucho tiempo, qué está cambiando...
  • - ¡Ya pasará! – evita mis preguntas... – nos iremos a América por un largo mes y nos olvidaremos de lo que ha pasado en estos días seguramente.

Finaliza la conversación y me deja muy intrigado de todo aquello que fue e hizo. La próxima vez que me viera con Mariella aprovecharía la ocasión para investigar el otro lado de todo esto, si las cosas siguen igual, juro que soy capaz de mandarla a traer a cualquier punto en el que sea que nos encontremos.




Mariella Dekker...


Después de que el Doctor del Hotel los revisara, me pido que estuviera muy al pendiente de que fueran a vomitar en medio de su dormir. Por fortuna eso no fue; he estado despierta desde que llegamos y no sólo es por ellos, fue por él, por todo; todo lo que una vez más por mi poco valor no pude decirle a Georg cuando estuvimos relativamente solos dentro de la camioneta.

El sonido del teléfono de la habitación me hace salir de mi y también provoca que los chicos se muevan entre si y despertándose. El display del aparato me índica que la llamada proviene de la habitación de Ela o Kart.

  • - ¿Hola?
  • - Debemos salir en 30 minutos Malle – dice Ela con un tono algo cansado – estarán ya tus hijos.
  • - ¡Boba! – le recrimino – ya, creo, están despertando.
  • - De acuerdo, treinta minutos.


Me recalca y cuelga. Recuerdo su furioso tono de una llamada hace un par de horas, por su gran reclamo cuando le dije que me había regresado al Hotel pero quedándose muda cuando le dije las razones de. Cuando arribó al Hotel nos quedamos por varios minutos platicando sentadas en el piso del pasillo al pie de mi habitación. Era demasiado irónico lo que hacía Amélie; Ela, Melissa y yo pasamos por eso y más, cuando teníamos incluso menos edad que ella y Andreas. Creíamos poder hacer todo y nadie nos decía absolutamente nada, nadie se daba cuenta de nuestras locuras y creíamos tener el mundo controlado en la palma de la mano. Era divertido hasta cierto punto, ver que todo, es un ciclo y que las cosas simplemente se repiten una y otra vez generacionalmente.

  • - ¡Qué diablos! – se escucha la voz de Amélie tras de mí, mientras pierdo con facilidad mi vista en la del amanecer que me da el ventanal de la habitación.
  • - ¡Mierda! – exclama Andreas y me giro por fin a mirarlos; Amélie sentada sobre la cama aprieta con fuerza sus piernas contra su pecho, Andreas recargando la nuca en la cabecera de la cama; ambos con miradas perdidas y llenas de culpabilidad.
  • - Tienen 15 minutos para arreglarse – les digo con mediana voz y hasta ese momento se dan cuenta que estoy ahí – el vuelo sale a las nueve y son exactamente las seis – miro el reloj que llevo en la muñeca.
  • - ¡Pero! – exclama asustado Andreas – la banda, yo venía con...
  • - Creo que ellos han de estar tomando su vuelo justamente ahora, Jost decidió dejarte con nosotros para que regresaras más tranquilo a Alemania.
  • - ¡Qué joda! – dice mirando a Amélie con remordimiento por los gestos de malestar que hacía.
  • - Ésta, es la llave – le tiendo un brazalete de color verde el cual abrirá su habitación por medio de magnetismo – 512, es la que está enfrente – señalo indicándole salir – 15 minutos Andreas – le remarco y cabizbajo sale obediente de la habitación.
  • - Tú también tienes los mismos 15 minutos Amélie – la miro que intenta ponerse de pie torpemente ayudándose a sostener de la pared – iré por café... – me acerco a la puerta y al tomar el picaporte su frase me detiene.
  • - ¡Eres igual que Melissa! – la volteo a ver de golpe, pues entiendo y a la vez no su comentario, le hago mal gesto a referencia de no comprenderle – también piensas regañarme y darme un sermón por lo que hice – su comentario me desconcierta, por qué suponía que yo haría algo del tipo. Enfadada por aquello me volteo a la puerta.
  • - Por mi puedes tomar una cuchara de cobre y diluir a fuego a tus héroes e inyectártelos con jugo de limón en donde te haga más efecto – ella se queda parada ante mi brusca respuesta, aunado a sus seguramente terribles malestares; salgo de ahí un tanto molesta, por supuesto no le diría nada a nadie, yo soy su hermana, no su madre... sin querer he azotado la puerta.

Aunque me arrepentí dos segundos después de haberlo hecho, seguí mi camino a las afueras del Hotel donde vi al llegar, una cafetería de 24 horas. Dos deliciosos e hirvientes cafés, una tira de aspirinas y dos coca-colas fueron las compras para mis adorados. Regresando a mi habitación me encuentro con François saliendo de su habitación, en la mía ya se encontraban esos dos abrazados haciendo más pasadero el tiempo debido a sus males. Les brindo el mejor de los remedios que toman desesperadamente; los minutos que nos sobraron me vi atacada por preguntas, del cómo, cuándo, dónde y qué de lo que hicieron. Apenados bajaban la cara.

Llegando a Hamburg, nos despedimos de Andreas y ¡oh sorpresa! Fabiho nos esperaba, o en sí, esperaba a Kin. Perdí el momento en que Andreas se separó de nosotros con exactitud, ahí mismo en el aeropuerto, daba evasiva al percance entre ambos, sentía zumbar mi cabeza constantemente a causa de la culpa que cargaba Amélie y a pesar de que no me encontraba enojada con ella, la bulla que traían mis amigos nos dispersaba.

Ela como la buena persona previsora que suele ser, mando a llamar desde Magdeburg a dos camionetas, en una se irían los chicos y en la otra Amélie y yo. Todo el trayecto lo hicimos en completo silencio. Antes de entrar al elevador del edificio, su celular sonó, aproveché aquello para ordenar comida y mi plan era dejarla descansar el resto del día. Durante la comida nos hundimos en una extensa plática acerca de que yo no diría nada a nadie pero que le quedara bastante claro que era su hermana no su nana, ni su madre, ni su guarura, para ello teníamos a las personas correspondientes que con gusto desempeñaban con amor y por dinero todo eso.

El separarnos por varios años nos hizo desconocernos bastante y ahora que estábamos a menos de un mes de mudarnos de cuidad y tener una convivencia más apegada, teníamos que poner en acuerdo ciertos puntos y muchos más durante nuestra rutina. Desgraciadamente un percance cortó nuestro gran momento familiar, Amélie se levantó tan rápido que reaccioné hasta que escuché sus nada agradables ruidos en el cuarto de baño.

  • - ¡Qué asco! – me burlo de ella, recargada en el marco de la puerta, que desde luego no cerró.
  • - ¡Cállate! – me grita una vez que se termina de lavar la boca con todo lo que encontró a la mano.
  • - ¡Pero no llores! – me mofo una vez más.
  • - ¡Arg! lo que puedo odiar más en esta vida es vomitar – se queja con un par de lágrimas rodando por su mejilla, que limpia con la toalla.
  • - ¿Qué tanto te metiste? – pregunto curiosa pues no sé hasta qué grado puede contenerse y quedamos en claro que no pretendía ser su nana.
  • - ¡Drogas no fueron! sí a eso te referías en la mañana – sale del cuarto de baño para ir a su habitación.
  • - No me refería a eso, sino a que tanto bebiste ¡estabas a nada de fornicar en medio de la pista!
  • - ¡Qué vergüenza! – se cubre la cara con la primera almohada que encuentra – No sé, fueron demasiados cócteles de todo tipo.
  • - ¡Bien! – sonrío falsamente y señalo con mis dos pulgares para arriba.




2 Alas:

OreoEffeckt dijo...

¡ahorita si no ando comprendiendo a las hermanas amargadas que nomás porque no se deciden si sí o no aceptan al galán le cortan la inspiración a la hermana menor eh!


jajaja

shaira beluga dijo...

jajajja q cocktelitos eran o q! ajjajajaj no q "chow" jajaja