Capítulo XXVI [ Parte 3 ] Porque eras perfecto.



Mariella Dekker…


Viernes por la tarde y yo sin nada que hacer pero he de destacar que la ausencia de Phoebe le dio el toque al no venir el día de hoy. Fue un día tan tranquilo que me sentí como si estuviera en el antiguo estudio de Magdeburg y la verdad es que poco me interesó cuando pasadas unas cuantas horas no dio rastro de ella.

Y ya que Andreas y Amélie ya son uno mismo y pocas veces figuro en sus planes, creo que deberé irme a Magdeburg a ver qué hay por allá, de qué me he perdido estos días y qué nuevas odiseas me tiene unos cuantos. Lista con maleta en mano, tomo las llaves de la camioneta para irme al estacionamiento. Por un segundo juré y perjuré ver a una pequeña niña idéntica a Tabatha de la mano de un gran hombre, la gracia de la niña era idéntica a la del caminar de mi sobrina pero… vive tanta gente aquí que no sé exactamente quién es quién. Terminé de cerrar el maletero y me olvidé de aquel detalle para seguir mi trayecto.

Desde luego pase primero al departamento de Xavier. Ahí dejé mis cosas, hice un par de llamadas para la Abuela y salía rumbo a la casa de los chicos. Era ya bastante tarde y la única que faltaba aquí era Kin. Nadie sabía con exactitud en dónde estaba o adónde había ido, mucho menos con quién. Me enfrasqué en una plática severa con Jean Paul y preguntas sin sentido que me hacía.



- Pero, si conoces a Ruly – su mirada es analítica, postrada sobre la ventana de la habitación que comparte con François en la parte más alta de esta casa.

- Sí, sí la conozco es muy buena amiga de todos nosotros – me extrañaban un poco sus preguntas pero a lo mejor se sentía un poco solo, sin muchos a quienes conocer o interactuar, comparado con el gran círculo de amigos que su novio poseía.

- ¿Qué tanto sabes de él? – soltó despectivo.

- Por qué algo me dice que estas mismas preguntas ya las has hecho a diferentes personas en la casa – deliberé – a caso estás celoso o no confías en François – le recalqué.

- Claro que confío en Fran, sólo que en la tal Ruly ¡no!

- ¡Entonces sí son celos!

- ¡Ay Malle querida! – me tomó de las manos y se hincó frente a mí. Le faltó poco para hundir su rostro en entre mis rodillas y sollozar – no sabes cómo esa, se la vive hostigándolo, que si le llama, que si lo busca, que si está con él los fines de semana. Cuando ya teníamos planes y me deja aquí botado.

- Jean Paul, no crees que estás exagerando – tratando de contener la risa por todo su desplante de indignación; tuve que pensar en algo para poder calmarlo – a lo mejor Ruly necesita ayuda con la remodelación de su clínica de belleza o algo por el estilo…

- Dirás misa linda pero que esa ¡que se cuide! porque en cuanto me sepa que anda pisando terrenos que no le pertenece la voy a dejar girando en un tacón.



Casqueó los dedos y después señaló con el dedo índice a la ventana. No me bastó más y tuve que morderme el labio para no soltar una estruendosa risa por la poca manera amenazante que sonó eso. Preferí salir de ahí y enfrascarme en conversaciones en las cuales poco podía participar y que no me ganara la risa por las curiosas frases que ellos suelen decir.

Bajaba las escaleras para ir con Ela, aún seguía un poco sentida con Gabrielle cada que recordaba que me había quedado sin habitación en esta casa así que me salté su saludo y baje un poco más las escaleras. Y justo cuando estaba por llegar al estudio tope con Kin y Fabiho…



- ¡Malle! ¿Qué haced aquí? ¿No deberías estar allá en Magdeburg? – lucia nerviosa y abrumada – ¡No verdad! Es mejor que estéis aquí… sí mejor.

- Mejor – dijo a coro Fabiho.

- ¿Qué les pasa? ¿Están bien, todo bien? No quieren decirme por qué me ocultan algo y se ven nerviosos.



Los acorralé en una esquina de las escaleras y lograron ponerse aún más nerviosos. Fabiho era presa aún más fácil. Así que fue a él a quien ataqué con preguntas simples y ambos terminaron contándome una larga historia quedándonos sentados cada uno en un escalón…



- ¡QUÉ! – logré expresar después de haber oído semejante discurso – ¡te vendiste al Staff de Tokio Hotel! ¡Serás su espía para que cada que esos metan la pata no salga a la luz!

- Sí guapa – dijo con la mirada baja e íbamos al estudio donde Ela estaba – debía, debéis comprendedme también estáis en juego mucho de mi hermanita, ya he tenido que mandar a cancelad algunos buenos titulares cómo: “La famosa modelo Española y el gran cantante Alemán” y cosas por el estilo. Que de verdad me hubiesen llenado de gusto al miradle la cara a Gabrielle del susto que le provocaría – picándose los dedos índices, el uno con el otro, parecía que eso si le causaba gracia, una gracia que imaginaba y que nunca sucedería.

- Fuimos a Hamburg para que firmara dicho contrato y estipulaciones que se hacen con ellos y a saludar a Ge… a saludar a los que andan por ahí, ya sabes y cosa por el estilo – prudente quiso ser Fabiho para la mención de Georg, pero él en estos momentos era el menor de mis problemas.

- Lo único que me parece totalmente aborrecible – tomé mi asiento cerca de donde Ela nos daba la espalda sentada en el escritorio – es: que no me llamarán y me dijeran que estaban allá.

- No queríamos interrumpir tu trabajo – dijo apresurado Fabiho.

- ¡Trabajo! ¿Cuál trabajo? ¡puff! – rezongué – el día de hoy fue un magnifico día, a tu chica de bandera no se le ocurrió ni por error avisar que no iría a trabajar y fue un día magnifico.



Para cuando terminé de enunciar todo eso, ese par se miraba con una gran tristeza en el rostro, unas miradas tristes que por poco me la contagian. Quise preguntarles el por qué pero Fabiho se excusó y despidió. Según él, aún tenía muchas cosas que hacer, el trabajo, las tareas y Kin eran todo su planeta ahora. Era muy lindo verlos juntos, eran uno sólo, se movían a la par, se notaba que disfrutaban de observarse el uno al otro. Kin con sus ocurrencias siempre lo mantenía ocupado y él he de imaginar que vivía al borde de los nervios por cada cosa que se le ocurriera a mi pequeña amiga.

Ela por su parte seguía inmersa en su mundo, es más, ni siquiera se había girado para decirnos que nos calláramos o bajáramos el volumen de nuestra conversación. Eso, sí era algo muy extraño. Kin y yo al quedarnos solas y que ni de eso se percatara comenzamos a cuchichear con la mirada y gestos faciales. ¿Qué le pasa? ¿Dile algo tú? ¡No tú! Eran algunas cuantas cosas que gesticulábamos pero no decíamos en voz alta. Hasta que Jean Paul y Gabrielle entraron por par al estudio.



- ¡Hey! ¿Qué hay? – enunció Gabrielle con su distintiva voz suave y de aún una niña que la delataba. Le devolví el saludo con la mano.

- Están muy calladitas – observó Jean Paul – y más ustedes dos, qué traman – se dirigió a Kin a mi señalándonos de mala manera con su dedo. De inmediato nos causó risas que, a pesar de ser de octavas muy altas, Ela ni se inmutó.



Nos callamos de golpe, los cuatro, eso ya era demasiado. Ela nunca nos soportaba demasiado y menos sí ella no estaba incluida en la plática. Temí porque de verdad estuviera viva y alguien la hubiese disecado y puesto ahí. Me dirigí un par de miradas con Kin, de esas de aprobación y cuenta hasta tres. Al mismo tiempo nos colocamos cada una en uno de sus costados.



- ¿Qué te pasa? – soltamos a la par.

- ¿Qué? – abrumada, reflexiva y dudosa se notó en un principio. Cuando se percató de que éramos cuatro esperando su respuesta se asustó y despojó de los lentes.

- Que, ¿Qué te pasa? – recalcó Jean Paul de modo desesperado – van varios días que llegas no saludas y te sientas como monumento al estrés en esa mesa hasta altas horas de la madrugada y luego te vas en calidad de zombi a trabajar.

- Es la boda – dijo en un tono al borde del llanto, desesperado – no encuentro una iglesia, no la que yo quiero. No hay servicios de banquetes apropiados, no los que yo necesito. El Padre que ha hecho todos los servicios a nuestra familia parece que estará fuera del país. No hay salones lo suficiente al nivel que busco, y se me está complicando la renta del palacio que quiero…



Puedo jurar que todos teníamos colgados a un costado de nuestra cabeza un par de signos de interrogación sin nada dentro de ellos. Quietos los cuatro, anonadados por lo que escuchamos y sin nada a nuestro favor, era imposible darle una respuesta tranquilizadora como: ¡Oh vaya cariño! No te preocupes tal vez no esté ese castillo pero encontraremos otro a la vuelta de la esquina. ¡Tranquila!

¡Oh no! lo peor que podíamos hacer era entonar un “tranquila” eso la haría explotar y seguramente se nos vendría encima a jalones. Todos hicimos un mohín de inocencia. Alzábamos la mirada y enarcábamos las cejas, torcíamos la boca aventándonos una respuesta como si con la mirada jugáramos una interesante partida de pimpón. Ella nos miraba esperando algo lo suficiente a su nivel de estrés para poder calmarla, la cuestión era que no había manera de decirle en un tono sutil que estaba exagerando. Cuando pudimos reaccionar nos sentamos los cuatro con delicadeza en los sillones.



- Bueno Ela – dijo Gabrielle con su vocecilla ronca que se le salía de vez en vez – no te apuréis por ciertas cosas que, puede que logremos una licencia sacerdotal por internet y le colocamos unas coquetas enaguas a Jean Paul y podrá sed quien oficie tu boda – fue inevitable no reír ante lo imprudente de su comentario, lo bueno fue que Ela no dijo nada malo en contra de ella.

- J’adore les mariages – con el estandarte en alto del amor, nos hizo saber Jean Paul. [Yo amo las bodas]

- ¡Llegó el correo! – escaleras abajo se escuchó el grito de Deieu – que vosotros no se enteran cuando el cartero venid y dejad la correspondencia – detrás de ella con sigilo venía Ashir pisándole los talones. Cariñosos como siempre los recordaba – hola Malle ¿visita de fin de semana? Cómo has estado – dijo mientras me daba sus dos besos.

- Bien gracias – sonreí y saludé posteriormente al silencioso de Ashir.

- A ver tú niñata – señaló para Gabrielle que enseguida le hizo mal gesto – tenéis dos cartas. Una venid de España y otra sois de aquí pero en Hamburg.



Todos cuestionamos con la mirada qué clase de cartas podría haberle llegado y no era que fuéramos curiosos. Para nada.



- Decid aquí – entonó con cierta pereza cuando abrió la primera carta que venía de España – que El Honorable Conservatorio Profesional de Danza Carmen Amaya está desesperada, que me querían para la siguiente temporada de ballet, ¡Ay! cómo si no tuviera ya bastante trabajo aquí posando a diario para dos o tres fotógrafos y esperan poder tener una respuesta de mi parte – dijo más para ella misma que para nosotros – y ésta otra decid. Es de la… la… ¡ay por Dios! – como pudo se levantó de su lugar sobre su asiento, daba saltitos sobre el cojín del sillón.


- ¿QUÉ? – gritamos desesperados.


- ¡Ballettschule Hamburg! ¡Ballettschule Hamburg! ¡Majos! Ballettschule Hamburg me quiere ver el lunes a primera hora para una entrevista de trabajo – comenzó a gritar y las felicitaciones comenzaron a correr.



Era fabuloso para Gabrielle de tan sólo 19 años, toda una modelo profesional y conocida a nivel mundial no sólo por aquello sino por el ballet y ahora tenía una de las mejores oportunidades a tan corta edad. Todo iba perfecto hasta que se me ocurrió decir una sandez.



- ¡Vaya! Parece que andamos de promoción a mí también me llegó una carta de cita de empleo…



No fue necesario más para que corrieran las preguntas del por qué, cómo, cuándo, dónde, si ya había ido y qué me habían dicho. Romper sus corazones contándoles parte de en la historia que se involucraba a cierta banda de fama a nivel nacional me costó más de un sermón detallado del porque soy una mala persona.

Aquella noche me fui al departamento pensando todo lo que había escuchado, incluso del callado Ashir y que no se sabía a gran detalle bella historia en su ausencia. Intranquila me fui a la cama, di más de un millar de vueltas hasta que la realidad comenzó a ser extraña…



- ¿Y cómo has estado? – con el auricular entre el hombro y la mejilla escucho su voz que sueña feliz por el encuentro.

- Muy bien – recalco – no puedo creer que haya pasado tanto tiempo.



Me pude percatar que a pesar de que hablaba por teléfono y estaba consciente de que me hallaba en mi casa… en la casa de la Abuela Bernardette, podía ver completamente lo que pasaba del otro lado de la línea. Era como una extraña dualidad o una video-llamada donde tenía por completo el panorama de lo que en ambos lados pasaba. Por mi casa había demasiada gente, entre los rostros que distinguí fue al de Tabatha corriendo de un lado a otro, Bernardette por ahí haciéndole caravanas. Mis amigos estaban en una mesa, quiénes exactamente no pude distinguir, tal vez comían o algo por el estilo ya que Ryszara iba y venía sin parar. Se notaba un ambiente agradable y cómodo en todo momento, eran muy felices. Así como me sentía yo en ese momento los sentía a todos por igual.



- No puedo esperar para verte – me dice con tono alto para hacerse distinguir de lo ruidoso que también se encuentra su casa.



Esta Fabiho dando vueltas por todos lados con Kin, infiero que todas las Castella están ahí, no las veo pero sé que también están acompañadas de Bill y Ashir. Ahí la gente está en un ambiente de diversión más que familiar como en el que estoy yo.



- Ni que lo digas. Es como si fuera magia – le respondo – dame un segundo.



Dejo el auricular botado en alguna mesa cerca, alguien distrae mi atención con preguntas que no escucho y que sin embargo respondo. Es ilógico.



- Recuerda que nos veremos hoy por la noche – de la nada tengo de nuevo el teléfono en la mano sobre mi oreja y escucho su voz.



Qué extraño no recuerdo haber tomado de vuelta pero su voz me hace pensar que será magnífico nuestro reencuentro, si ya lo estamos planeando por teléfono, es un hecho que esta misma noche nos veremos las caras. ¡Qué emoción!



- Dame ahora tú un segundo – me indica – no te vayas hermosa.



Automáticamente estoy donde se supone él está con todos los chicos ahí pero lo desconcertante es que mi familia y amigos se han mezclado en el escenario. Es más el lugar es fusión del departamento y la casa de Bernardette puedo ver como todos interactúan con una naturalidad que me confunde, no soy presa de ninguna mirada y tampoco lo veo a él por más que intento localizarlo por algún lado. Corro a buscar el teléfono.

Desesperada busco por este hibrido lugar y nadie me presta atención cuando les pregunto, es como si no existiera para ellos. Sigo en busca del auricular y no es hasta que llegó al pie de las enormes escaleras en caracol que pertenecen a la ornamentación de la casa de la Abuela Bernardette que veo en uno de sus escalones el auricular esperando por mí, nada más existe aquí sólo el aparato y yo.



- ¡Hola! ¿Ya volviste? ¿Estás ahí? ¡Georg! ¿Me escuchas? ¿Estás del otro lado? – pregunto, pero lo único que escucho es un infernal eco – lo prometiste… – digo en un tono triste y resignado – ¿Dónde estás? ¿Georg?



Abro los ojos de golpe y siento un vacio dentro de mí. No era hora ni manera de hacerlo, el alma no me ha vuelto al cuerpo por completo… Nunca lo hará.

Contra mis propios instintos…

Hamburg, Alemania. Lunes al medio día del año 2009. Estoy aquí, a unos cuantos metros con el motor de auto aún en marcha; no puedo dejar de ver para mi lado derecho donde veo lo grande que es ese lugar. Estúpidamente rectifico si la dirección es correcta por medio del sobre. ¡Qué va! ¿Qué diablos hago aquí? Lo único que lograré… ni siquiera sé si lo lograré.



- Sólo hazlo – dice una ligerita voz en mi cabeza.

- No lo hagas, estamos bien así – dice otra con mucha timidez, se escucha recluida.

- ¡Cierra el pico! Y tú date prisa.



Me ordena la vocecilla como si supiera algo más que yo no. Camino por el curioso adoquín puesto para llegar a la entrada principal. Respiro más aire del que necesito, bajo la mirada y coloco mi dedo índice sobre el timbre. Mi reflejo fue tardío comparado a como la puerta de un jalón se abrió.



- ¡Voy yo por… – un grito quedo sofocado. Su grito. Y yo…



¿Qué hago?
Reviviría la idea de marcharme…
Trato de pensar de qué forma…
Siento que podríamos estar de lo mejor juntos…
Todo es tu culpa… me llamaste “hermosa”
Me estoy quedando sin aire…
Decídete porque es ahora o nunca…



- Hola… yo vengo…

- ¡Mariella! – grita la alegre voz de Tom y deja a un lado mis torpes titubeos.



Ni siquiera he podido levantar la mirada. No sé si él me mira como la última vez que lo recuerdo al pie de mi cama y tan cerca de mi cara. Es como si sus pensamientos atravesaran la barrera de los míos y duele tanto que me hace apretar los dientes.



- Adelante – su tono de voz es indulgente.



Levanto la mirada para clavarme en la suya por una fracción diminuta de segundos antes de que él diera la media vuelta y Tom me tomará de la mano para llevarme escaleras arriba a la oficina de Jost.





2 Alas:

Karla Díaz dijo...

Que se cuide porque de verdad va a quedar girando en un tacón zaz!!!

monumento al estres!! jaja si la imagino!

Anónimo dijo...

Feliz Cumpleaños