– Vamos Cooper dime si estás bien –dijo mamá al teléfono.
– Nada grave fue, una operación de muy bajo nivel, es más, el malvado del Doctor me sacó el mismo día pocas horas después, Alvin fue por mí.
– ¡Hola Señora! –gritó Alvin sentado frente a mí.
– ¡Oh, menos mal! De verdad Cooper, me preocupa a veces no saber de ti. De una vez te advierto que seguramente no tardas en recibir una llamada de tu Padre.
– Lo tengo bajo control, mamá, el doctor me ha indicado reposo.
– Cuídate hijo.
Era una pérdida de tiempo estar en reposo, gracias a Alvin y sus buenos conocimientos médicos me administró lo necesario para controlar el dolor de una sencilla operación de hernia. Habían pasado ya tres días y me sentía como nuevo, Alvin y yo preparábamos para el fin de semana una de esas tantas fiestas que nos gustaban y que llevábamos haciendo desde que cumplí los dieciséis e hice la casa de playa mi casa…
– ¿Estás seguro de lo que vas a hacer Coop?
– Oye, no me pienso pasar la vida aparentando ser el hijo perfecto ante la sociedad, cuando mi padre apenas y sabe cuál es mi nombre.
– Te puedes poner un gafete cada que te le pares en frente –sugirió Alvin.
– ¡Ah! No seas estúpido –tomé lo primero que estuvo a mí y se lo aventé.
– Era una idea –se quejó mientras se tocaba el pecho donde había ido a parar una lata de desodorante– sabes que también puedes quedarte en mi casa… creo que mis padres te quieren más que a mí.
– Sería el primer lugar a donde me buscarían, te lo puedo apostar…
– Y ¿Qué? Te irás a vivir debajo de un puente y pedirás limosna en las esquinas, dejarás todos los lujos, la escuela…
– Me iré a la casa en la playa. A Antioquia.
– ¡Ah claro! Y las señoras palmeras te cuidarán y te alimentarán con sus nutritivos cocos. Vamos Coop se realista, y después de que te vayas para allá qué, qué harás, de qué vivirás. Tienes fabulosos dieciséis años.
Lo único sencillo de aquella escapada prematura y que me sorprendió de sobre manera: mi madre llegó a la casa de la playa con un ejército detrás de ella y lo mejor que no era para llevarme de nuevo a casa por órdenes de mi padre, sino para que dejaran la casa en perfectas condiciones y así la mantuvieran.
– ¡Cooper! No sabes lo bien que me siento al saber que todo el tiempo has estado aquí. Sólo Dios sabe lo preocupada que he estado desde que no te encontré en casa, ni en la casa de Alvin, mucho menos en el colegio…
– ¿Cómo supiste que estaba aquí? –pregunté con mis teorías que acusaban completamente a Alvin.
– Por si no lo recuerdas, soy tu madre y cada que te sucede algo recurres a la tranquilidad de Antioquia…
Y la tranquilidad de Antioquia como mencionó en aquella ocasión mi madre, no duró mucho, al hallarme prácticamente viviendo con Alvin y Antioquia recurrida por todos los que asistíamos al C.U.M. la vida se volvió tan divertida. Con el sencillo empleo que tenía en la compañía del amigo de mi madre y donde todas las mujeres cuarentonas me consideraban como su hijo era cosa de táctica para darles un par de sonrisas y que me cubrieran para lo que quisiese. Por lo pronto la fiesta este fin de semana ya estaba más que lista.
– Yo tengo una pregunta Coop –tumbado en el sillón de la sala principal que era lo único y mejor que hacía mi mejor amigo estaba de más que mencionara que su tono de voz fue con sorna.
– A ver, qué duda te asalta.
– Muy fácil, ¿A cuál de todas tus novias tendrás a tu lado?
– ¡Demonios! No lo había pensado –medite sobándome la barbilla– déjame pensar… déjame pensar. No lo sé, quieres alguna en especial o puedo acaparar la atención de la que saque boleto primero.
– ¡Las gemas de tu jefe hermano! –Alvin y su lujuria podían opacar muy rápidamente su pereza– Esas gemelas son lo que mi Yo Doctor me recomendó.
– Ser tu propio psiquiatra nunca ha funcionado. En esa libreta que tienes a un lado, está apuntado el número…
Y más tardé en decirlo que mi amigo en tomar el teléfono para contactarlas, estaba sentado frente a él y también el gran ventanal de la sala de estar dejaba una bella vista de mi amigo el mar. Alvin decía un sin fin de disparates relacionados con la fiesta, me perdí de pronto en el fondo, caminé hasta posarme en el ventanal.
– ¡Hey tú! ¿Qué miras? –dijo Alvin haciéndome salir del trance.
– ¿Cómo logró entrar esa chica hasta esta zona?
– ¿Qué? ¿Cuál? –se levantó de su aparente cómoda posición, aunque sólo fue la cabeza para mirar por encima del respaldo del sillón.
– ¡Ésa! ¿Qué no sabe que esto es propiedad privada?
– ¡Ay vamos! Déjala, creo que ni se ha dado cuenta de dónde está –se estiró un poco– es más, ni parece ser de aquí… ni de Mancher, es más como –de pronto ya lo tenía a un costado mío analizando a la chica– más del norte de Europa. ¿Podemos invitarla a la fiesta?
– Le diré a la ama de llaves que le diga que vaya y pise la arena de los vecinos. Aquí no la quiero ver.
– ¡Ay a ver, Cooper! Yo voy porque tú a veces eres un altanero con la gente, no me lo tomes a mal amigo pero te pareces a tu padre ¡eh! –me señaló con el dedo mientras salía por una de las puertas corredizas que lo llevaban en camino recto a donde estaba la chica.
Ella con su vista bien fija en el mar no se percató que Alvin se acercaba a ella hasta que tocó ligeramente de su hombro y ella se sobresaltó. Intercambiaron unas cuantas frases, no se notaba nada de rudeza, nada de la que hubiera implementado para sacarla de la propiedad y sin más la chica siguió su camino al este donde se convertía en la zona popular donde toda la gente se arremolinaba en Antioquia y tranquilamente mi amigo regresaba a su lugar en el sillón.
– ¿Quién era?
– Primero la quieres correr y después me preguntas por ella. Decídete Coop –giró los ojos dejándolos en blanco– yo, qué voy a saber, sólo le dije que si estaba perdida ya que esta zona es restringida al paso; solo contestó que comenzó a caminar y que ya se iba, ni se dio cuenta que detrás de ella había casas.
Hubiera querido alegarle aquello pero para su buena suerte mi móvil sonó.
– ¡Demonios! Es mi jefe…
– Dile que sus hijas son una maravilla –no hizo falta que le dijera nada, solo fulminarlo con la mirada fue suficiente.
– Habla Cooper… oh ya estoy mucho mejor en un par de días iré a que me retiren los puntos de la herida… ¿ir a trabajar? No, yo creo que en unos días más, sabes, aún no puedo usar pantalones ajustados… sí es, es complicado pero estaré bien… sí… ¡ah, sí! Las chicas, claro, es una cena tranquila, hace mucho que no nos vemos y a mi amigo se le ha a ocurrido para levantarme el ánimo un poco… perfecto. Hasta pronto.
– ¿Pantalones ajustados? –gritó Alvin una vez que dejé el móvil a un lado– ¡Pantalones ajustados! ¿Qué tanta mamada dices? Tú ni pantalones ajustados usas…
– ¡Ay joven Alvin! –se acercó mi nana a dejarnos unas bebidas– cómo le explico que la vez que fuimos a su última revisión con el Doctor, le preguntó que cuánto tiempo debía esperar para poder levantar sus pesas una vez que le quitasen los puntos. El joven no levanta ni la mirada.
– ¡Eres un completo tarado! –dijo Alvin tomando de la bebida de la charola.
– Tú qué sabes de la que será mi nueva vida ¡Eh, eh! ¿Tú qué sabes?
Reproché indignado.
– A todo esto, las gemelas no tardan en llegar, dicen que tienen buenas ideas para despejar la casa y poder hacer la fiesta y yo tengo unas buenas ideas para ellas.
– No te será difícil esas chicas juntas son lo máximo, por qué crees que nuestra amistad ha durado tanto –con orgullo me recargué en el sillón donde estaba– no sabes que imaginación tienen cuando te meten a la oficina de su papá.
Recuerdos bellos eran los que guardaba de todas las aventuras con la infinidad de amigas con las que hice muy buenas relaciones a lo largo de todos estos años…
… Γ έ ν ε σ ι ς …
– Y, ¿A este niño quién lo invitó? –preguntaba Edward, yo sentí un tanto hostil.
– Hey, hey –se escuchaba la voz de Tom que atravesaba por ahí persiguiendo a Clarissa para que le diera un poco de su vodka– tranquilo Señor Mallitas que tiene mi edad, que tú ya estés ruco no es nuestra culpa.
– Yo lo invité –alcé mi voz.
– Ah, hola Chiara– me saludaba Edward, ya llevábamos como media hora todos revoloteando en el pent-house de las M&M y a penas se dignaba a decirme «hola».
– Perdona, es que no lo reconocí.
– Es que no lo conoces –le respondí.
– Edward amor, déjalos en paz –Mia le daba un beso en la mejilla– pero ahora que lo mencionas ¿Quién dices que es?
– Gersain –le repetí por tercera vez en la noche quién era mi acompañante.
– Ah claro, claro ya lo recuerdo –sonó el timbre y Mia fue abrir.
– Pero Gersain ¿Qué? ¿Tu amigo o tu novio? –la tía de los mellizos, que cruzaba nuevamente por donde estábamos, a veces no media sus palabras era tan cómo Maureen, sentí que mi cara se encendía, Gersain me miraba nerviosa e insistentemente, con su cara igual de roja que la mía.
Era mi mejor amigo desde que nos habíamos mudado a la reserva, era más chico que yo por apenas un par de años, nos llevábamos increíble y por mi parte al menos debo aceptar que me gustaba, pero sólo de pensar que era más chico que yo y que algo entre nosotros arruinaría todo, me cohibía. Ahora que si él estaba dispuesto a correr el riesgo… yo diría que sí.
– Vivimos en Yoroslav –contestó él tartamudeando.
Por suerte Clarissa y Edward se pusieron a platicar, aproveché el momento antes de que siguieran con el interrogatorio para escurrirme de ahí, jalando a Gersain conmigo, llegamos a un lado de la puerta de salida, sin que nadie más nos interceptara, para ser los primeros en salir de ahí. El timbre sonó nuevamente, pensé que Mia nos había dejado para liberar las puertas, pero apenas se acercaba cuando nosotros ya estábamos ahí.
Sin preguntar quién era, liberó las puertas del ascensor, no me sorprendí, seguramente esperábamos a más gente antes de ir a una «tranquila» tarde en la playa, yo no sé qué me hizo pensar que la palabra «tranquila» significaba para ellos lo mismo que para mí.
– ¿Qué haces aquí? –fue la manera en la que Mia recibió a su visita, yo no alcanzaba a ver de quién se trataba.
– Me trajo tu papá –escuché el timbre de voz de Dirce.
– Ah claro… –hizo una cara como si cayera en una obviedad masiva– espéranos en las escaleras –Mia hizo la acción de presionar el botón para cerrar de nuevo las puertas del ascensor en la cara y tuve que jalarla del brazo.
– ¡Mia! Por dios ¡Compórtate! –le dije viendo su actitud por demás déspota– pásate Dirce estás en tu…
– Ni se te ocurra –me amenazó Mia– pero igual pasa, ya qué.
– Y ¿Ésta que hace aquí? –dijo Maureen que al igual que Clarissa se la había pasado dando vueltas de un lado para otro en su pent-house. No podía creerlo una era déspota y la otra altanera ahora entendía por qué encajaban tan bien.
– ¡Ay lo típico! Que si yo no voy, no va Mia –con brazos cruzados, levantó y bajó su hombro derecho, rezongó Dirce con la misma altivez. Drako iba como imán observando todo y a todos muy en silencio como siempre que lo veía.
– Ay pero qué pelean si ni siquiera viven juntas –ya viéndolo en perspectiva, era un punto a favor de la altanería de Maureen, pero no la justificaba.
– Pues dile a su papá, yo qué –se fue arrincono junto a su Didí que venía detrás de ella, tomando el lugar en donde habíamos estado Gersain y yo, así que para ya no pelear más caminamos hacia otro lugar.
Parecía eso un juego, todo mundo se movía de aquí para allá, llegamos junto a las escaleras, nos recargamos ahí, para esperar que pronto lográramos organizarnos y salir hacia Antioquía. Los Didís se acercaron a nosotros, pero manteniendo su distancia, empezaron a hablar entre ellos.
– No puedo creer que Orlando se haya fijado de verdad en esa insignificante –era la voz de Dirce, impregnada de una completa hostilidad.
– Es una entrometida ¡Nada más vino a arruinarlo todo! Ahora Orlando solo vive prendado a una obsesión sin sentido –dijo Drako.
– Es una cualquiera y pensar que pudo… –Dirce se quedó pensando, para soltar todavía con más ponzoña en la voz– o podría ser tu madrastra. ¡Ja!
No quería meterme en las conversaciones ajenas, pero imposible no escucharlos, por más que lo evité mi mirada encontró de quién estaban hablando, era Andras, mi amiga Andras, que tanto me ayudó en todo este difícil proceso de descubrir mis poderes, guiarme, apoyarme y además volverse una amiga incondicional, por mucho tiempo fue para mí un modelo a seguir y justo ahora rompió con toda su imagen de pureza que representaba lo que es ser un Touraya, no podía creer lo que mis ojos veían ¡Se estaba besuqueando con esa loca de Ishkand!
Me aturdió demasiado esa imagen, que no sé por cuanto tiempo, ni con que discreción me les quede viendo, parpadeé y sacudí la cabeza como para quitarme esa imagen de mi mente, fue entonces que le presté atención a la conversación de Gustav y Jem que estaban a apenas un escalón arriba para distraerme.
– Y bueno qué ¿Ya estamos todos? O esperamos a alguien más –preguntó Jem a Gustav. Esa era una pregunta que yo también me estaba haciendo.
– Pues déjame ver –alzó un poco su cuello para tener una vista más panorámica de todos nosotros– Están los rusos –nos señalaba a nosotros dos– Las novias, los gemelos, los mellizos, los Didís, los bailarines…
– ¡Loteria! –gritaba Clarissa que pasaba junto a nosotros, alzando los brazos, con su distintivo vaso de vodka– ¿De qué hablan? –nos volteó a ver después de su comentario.
– La tía y nosotros dos –contestaba Jem.
– ¿Qué, yo soy la tía?
– Sí –le contestamos todos a coro.
– A bueno –dijo sin mayor preocupación y se alejó de ahí y no tardó en regresar con nosotros con otro vaso de Vodka– ¿Me quieren? –a la tía sin duda ya se le había subido las copas, como pudo nos brinco y se sentó entre Jem y Gustav donde apoyó su cabeza en sus piernas.
– Sí –le volvimos a contestar todos a coro, le tomó la mano a Jem para que le acariciara la cabeza. Nosotros no sabíamos si reírnos de la cara de susto de Jem o de la melancolía de Clarissa.
– Pero ¿Qué tanto me quieren? ¿Mucho? –ya no nos dio tiempo a contestarle nuevamente, cuando se incorporó para darle un trago a su vaso y como si tomara lucidez en vez de vodka soltó– Al menos pasó lista Gustav y no Tom, porque si no hubiese sido: los Moo’s, los mallitas, con las que quiero hacer un trío… –iba señalando poco a poco a las personas con la mano del vaso aunque eso claramente era un grandísima falta de respeto.
– Que yo qué –salía Tom.
– Tú que de qué –Clarissa voltea a ver a Maureen que traía a Tom pegado en su espalda, poco les faltaba para reproducirse frente a nosotros, me imagino que todos sus modales los aprendía de su distinguida tía. Y de repente como furiosa le preguntó a Maureen– ¿Qué tú no estabas enojada con éste?
– Oh no, no, las fiestas son sagradas, así nos peleemos en la mañana, nos reconciliamos por la noche y nos volvemos a pelear mañana, para estar bien en las fiestas ¡Las fiestas, son las fiestas! –eso no tenía lógica pero allá Maureen y su relación siniestra con Tom.
– ¿Qué, tú también ya estás borracha, igual que tu tía? –preguntó Jem.
– Yo no, Bill sí –contestaba Maureen, mientras señalaba a Bill con dos vasos de vodka y tambaleándose un tanto por no decir un mucho– Clarissa te he dicho que no te pongas a apostar con Bill.
– Déjalos, Maureen, así no nos molestan, es más deberían hacer que Hagen también porte un vaso en cada mano para ver quién aguanta más el equilibrio –opinó Tom, qué clase de personas se estaban convirtiendo mis amigos, o los amigos de mis amigas.
– Idiota –dijo Hagen acercándose– ya quiero ver que sostengas el equilibrio con la madriza que te voy a meter, ¡Quieres dejar de colgarte así de mi hermana!
– ¡Osh! Qué, quieres que me cuelgue así de ti… –acto seguido Tom se acercó al mellizo de Maureen.
– ¡Ay, quítate! –rezongó Moritz.
Después de más de una hora por fin logramos ponernos de acuerdo para salir del pent-house, pero era demasiado bello para ser verdad, nuestra organización sólo llegó hasta el estacionamiento, porque debíamos ponernos de acuerdo en qué autos nos íbamos y quién con quién para no llevar tantos vehículos. No era posible tanta desorganización, salir con todos ellos era más complicado que organizar una colecta para los niños del orfanato.
Los primeros en subir a su auto fueron los Didís, luego Tom ofreció su camioneta lo que por descartado ya daba que Maureen iría con él.
– Bill, tú te vienes con nosotros –dijo Tom, Bill iba tan borracho como la tía de Maureen que no prestó atención a que justamente eso era lo que le había dicho, ¡Vaya necio!
– Pero yo me quiero ir con Mia, mi Mia Giole –lloriqueó al mismo tiempo que se abrazaba de Mia de piernas y brazos como koala.
– Yo me quiero ir con mi sobrina, mi sobrinita –decía Clarissa en el mismo tono melifluo.
– Clarissa, ya no van a caber mejor vente con nosotros –le decía Moritz a su tía.
– Es mi sobrina y yo la voy a cuidar ¡Yo me voy con mi sobrina! –Maureen se partía de la risa.
– Moo déjala, si se quiere ir con nosotros, ahorita vemos como nos acomodamos, doblamos a Mia en cuatro y así tendremos más espacio, además ya está borracha –respondió Maureen abrazando a su hermano efusivamente, a veces me ponía a pensar que ellos tenían un trato demasiado cercano, tanto, que parecían todo menos hermanos, me desesperaba su falta de moral.
– Ves como ella sí me quiere –Clarissa se volteó a ver a Maureen– ¿Me quieres mucho, sobrina?
– Sí güey te quiero mucho, sube a la camioneta ya, anda, cállate. ¿En cuánto tiempo te pusiste borracha?
– ¿Borracha? –dijo sorprendida Clarissa y de pronto su tono de voz era tan normal– ¿Qué es eso? Esa palabra no está en mi Vodkabulario pero deja saco mi Smartphone y lo busco en la Whiskeypedia –¡Era el colmo del cinismo estar con la tía de los Zandervang!
Con eso la camioneta de Tom quedó llena, Clarissa, Bill, Mia, Edward, Maureen, así que en el carro de Moritz se subieron: él, Gustav, Jem, Ishkand y Andras. Autos llenos, solo faltaba acomodarnos Gersain y yo en algún lado, miramos ambos autos, no había espacio para nadie más ahí.
– Chicos, sólo faltan ustedes –nos decía Gustav.
– Nos vamos todos amontonados o nos reacomodamos en dos carros – acompletaba Moritz.
– Por suerte los Didís llevan carro vacío –me empezaba a acercarme a ellos, cuando la mirada fulminante de Dirce, me lo dijo todo–. Igual por eso digo que entre más unidos mejor– le decía de nuevo a los chicos y retrocedía en mis pasos; los Didís no admitirían a nadie más en su auto, ahora comprendía un tanto porque la hostilidad de Mia. Finalmente sí nos acomodamos en más carros en el de Hagen que conducía él mismo por supuesto con Jem, Gersain y yo y en el auto de Gustav donde iban Ishkand y Andras.
… Γ έ ν ε σ ι ς …
– Que bueno que tu tía quería venirse contigo y te iba a cuidar –le decía a Maureen mientras miraba a la parte trasera donde estaba Clarissa.
– ¿Por qué? –contestaba Moo.
– Ya se durmió –se desataron unas cuantas risas de todos nosotros.
– Mia… Mia… Mia…
– Bill ¿Qué pasa cariño? –Bill tenía recargada su cabeza en mi hombro– qué pasa Billito de mi amor, quieres vomitar la camioneta de tu hermanito… aquí, aquí… en las vestiduras o en los tapetes, da igual.
Sentí como Tom me fulminó con la mirada a través del retrovisor pero como siempre no le di importancia así que nuestra travesía iba comandada por nuestro piloto Tom y su sexy copilota Maureen adelante, Clarissa dormida en la cajuela y yo en medio de Edward y Bill, que eso después de un par de segundos con Bill necio se puso un poco difícil.
– Oye… oye… –decía en tono muy bajito– ese de las mallitas no me gusta… no me gusta para ti Mia… –esos arranques de franqueza, preocupación y sentimentalismos de Bill en su estado etílico, podrían meterme en líos con Edward y más si Edward estaba a unos metros de él–. Además está muy flaco… está como yo ¿No…? pero eso sí, yo estoy más guapo.
– ¡Las mallitas qué hermano! Si tú te vistes igual de apretadito –dijo el chismoso de Tom.
– Sí, pero yo canto más bonito.
– No te engañes, tú ni cantas –por primera vez la interrupción de Tom había sido oportuna, desviando el tema. Parecía que a Edward le hacían gracia los comentarios de los gemelos, me sonreía de vez en vez.
– Está hablando de Edward, Tom –Moo ponía al corriente al metiche éste, de lo que estaba desvariando Bill.
– ¿Quién es Edward? –dijo mirando alternadamente los retrovisores para cambiarse de carril y poder ir más rápido, si tomábamos en cuenta que lo mínimo a lo que manejaba Tom era 120k/m.
– ¡Yo merito! –contestaba Edward, levantando la mano.
Pese a que iba manejando y debía llevar la vista al frente, Tom volteó rápidamente al escuchar a Edward, parecía realmente sorprendido de verlo ahí.
– ¡Ah chinga! ¿Tú quién eres? ¿Quién te dejó subir a mi camioneta? –las preguntas las hacía mirando a Edward y entre pregunta y pregunta volteaba al frente– ¡Ah! Seguro fuiste tú verdad Gato, de verdad que abusan de la nobleza de uno, se aprovechan que soy una buena y encantadora persona; pues sí… ¿verdad? qué podía esperar de la Gato, que también se sube a las camionetas ajenas sin permiso y por eso luego pasa lo qué pasa… porque ya te ha deber dicho ¿no? –Tom se aventó todo un soliloquio que aunque iba dirigido para él mismo, todos escuchábamos lo que decía, no me quedaba más que decirle y sólo volteaba los ojos, sin contar que Bill también seguía con su monologo al mismo tiempo por lo que Edward ya no prestó atención a lo último de Tom.
– Además el otro día Natalie me enseñó una revista y, y, y, ni se ven bonitos juntos, te ves más bonita conmigo. Yo si tengo estilo para vestir, a mí sí me saben maquillar en los escenarios, yo me peino mejor… Mia, Mia, Mia ¿Por qué? ¿Por qué ese de las mallitas? Ese… ese…–asomó su cabeza– Sí, justamente ese que está sentado junto a ti, no me gusta para ti… nada más te hace llorar.
– Tsss ¡Uhhh! …Espera, un momento… Gato, tú, tú ¿Tienes sentimientos?
– ¡Tom! –chillé, esto se estaba saliendo de control, no podía decirle nada a Bill, estaba borracho no era consciente de lo que decía, espero, pero Tom, además ya tenía los nervios de punta.
– ¡Yo qué! Yo vengo manejando.
– Moo dile que se calme o no respondo.
– Mia, tú lo provocas…
– No, no, no a mi hermanito no lo provoques, para eso tiene a la Vaquita, deja que ella haga su chamba. Además ¡Ése! –señalaba a Edward– el de las mallitas…
– Ah ya cállate con el güey de las mallitas –gritoneó Maureen– que no ves que no lo soporto –y ese era un punto para mi amiga, a veces ni yo tampoco.
– Y ¿Quién chingados es el güey de las mallitas? Y ya te he dicho que no es Vaquita Bill, ni Moo, Gato… se llama Maureen, Maureen –alegó Tom.
– Podrían dejar de hablar de mí, como si yo no estuviera –suspiró Edward.
– ¡Pues sí nunca estás! –otro punto bueno de parte de mi amiga contra Edward, estaba de acuerdo con ella y su comentario, pero en estos momentos no podía decir nada.
– Pinche mono de las mallitas –volvió a renegar Bill.
– Ya Bill, te estás poniendo muy pesado, cállate –le advirtió Tom.
– No, no, no, tú cállate…
– Maureen busca en la guantera y dale lo primero que encuentres para que se le baje.
Ella muy obediente rebuscó para ver que encontraba, para bajarle la borrachera a Bill, ojalá encontrara algo y pronto para que por fin se callara, hace muchos comentarios atrás que a Edward dejó de parecerle medianamente gracioso, ya tenía su cara de enfado, iba serio, mirando por la ventana.
– ¡Un chicle! De los que te sobraron hace años, del cambio que te dio la señora Doña mamá de Mia Dumarc cuando nos fuimos a París –su tono era como si de verdad hubiese encontrado algo fabuloso– toma Bill –Maureen lo aventaba para atrás sin ver a quién le caía y lo mejor fue que le rebotó en la frente y Bill ni se inmutó.
– Ja, ja, ja… algo más fuerte Maureen –le decía Tom, Moo agachó nuevamente la cabeza para seguir buscando.
– ¡Un condón! –lo aventaba también– toma Gato.
– ¡Tú también! –ya era bastante soportar que Tom me llamara por mi «apodo de pila» como para que también mi amiga lo hiciera.
– ¡Perdón amiga! –acto seguido me volteó a ver con su mejor cara de boba.
– ¡Gato! no te vayas hacer ilusiones quiero ese condón de regreso.
– Iluso… –se lo mostraba a Edward en pro de la reconciliación, a veces hasta les tenía envidia a Tom y Maureen de su relación corporal tan frecuente.
– Ya no se pongan a pelear por tonterías, al rato compramos más –nos terciaba Moo– toma Bill.
Por fin le ofrecía la pastilla que lo volvería a la lucidez, éxtasis. Por fin llegábamos a Antioquía, no veía el momento de bajar de la camioneta, tendría que hablar con Edward y contentarlo además. Nos estábamos estacionando y así como de la nada Clarissa despertó, como si hubiese estado programada.
– ¿Ya llegamos? –se veía completamente recuperada, como si no hubiese estado borrachísima hace dos horas. Estaba lista para la segunda ronda, y esa era más larga.
Esperamos alrededor de diez minutos lo que esperamos a que los demás llegaran, se estacionaron detrás de nosotros. Las chicas nos quitamos los zapatos para poder caminar en la arena, no estábamos muy seguros de a dónde nos dirigíamos, pero un leve sonido de música nos iba dirigiendo, conforme avanzábamos se iba haciendo más fuerte, hasta que dimos con el lugar de la fiesta.
Se veía que se tomaban en serio eso de hacer fiestas, estaban tirando la casa por las ventanas, fuimos todos en bola hasta la puerta para entrar a la casa y ¡Ah! Nos topamos con un atrevido que no nos dejaba pasar ¡Cómo osaba hacernos eso! Qué no sabía que somos el alma de cualquier fiesta.
– No pueden pasar, si no están en la lista, no pasan.
La verdad es que no estábamos en la lista, porque no nos habían invitado, ni siquiera sabíamos el nombre del anfitrión, festejado o lo que sea, nos enteramos de una buena fiesta en la playa y no quisimos perder la oportunidad. Queríamos entrar y lo lograríamos a consta de cualquier argumento.
– ¿Pues qué no sabes quiénes somos? –le dije en mi mejor tono indignado picoteándole el pechote que poseía. La verdad no se me ocurrió nada mejor.
– No y mejor aún –lo decía burlándose de mí y mi argumento– No me interesa, montón de chiquillos– bufó.
– ¡Zas! –exclamó Tom divertido de lo lindo a mi costado.
– Pues, pues ellos… ¡ellos! –le dije mientras señalaba a los gemelos y creo que atrás estaban Mortiz y Gustav– son la banda que va a tocar en tu fiesta ¡Hum! –me crucé de brazos muy creída yo, cuando la seguridad me temblaba por dentro.
– ¿Nosotros? –dijo sorprendido Tom, tuve que darle un codazo en las costillas– ¡Auh! ¡Gato! –refunfuñó en voz baja.
– ¿Banda? ¿Cuál banda? –le preguntó otra persona al tipo de la puerta y después nos miró, alguien más se para detrás de él.
– Señor estos chiquillos se quieren colar a su fiesta –nos volvió a mirar más inquisidoramente.
– ¿Qué pasa Coop? ¡Hey otra vez tú! Hola… –el segundo tipo que se había parado detrás de la puerta salió hacia donde estábamos y saludó a Chiara– ¿Qué haces aquí? –Chiara se ponía roja.
– ¿Son amigos de Alvin?
– ¿Alvin? –susurraron algunos y algunos otros nos miramos, sin decir nada.
– ¡Sí, de Alvin! –le dije devolviéndole la vista.
– Déjelos pasar –le dijo al monigote ese de la puerta.
– Te lo dije –le dije cantarinamente al de la puerta volteando rápido para que mi cabello le diera en la cara.
Entramos todos y escuchaba como Chiara venía disculpándose con alguien.
– Perdón, cuando mis amigos me dijeron de una fiesta, no imaginé que fuera aquí.
– ¡Bah! No te preocupes todos son bienvenidos a estas fiestas en la playa –dijo el tipo que reconoció a Chiara, tal vez el mentado Alvin.
– No que pena, no imaginé que su idea era colarse. Cuando me dijeron de la fiesta pensé que al menos conocían a quien la daba, que estábamos invitados.
– ¡Alvin! –alguien gritó.
– Voy…
– ¿Tú eres Alvin? –le pregunté al chico que platicaba con Chiara.
– Sí.
– ¡Qué onda Alvin! –le daba la mano Edward como si fueran grandes amigos de toda la vida.
– ¡Mucho gusto! –lo estrechaba Ishkand siempre atrevida y buena vibra, como se caracterizaba.
– ¡Salud por Alvin! –decían Clarissa y Bill con unos vasos de vodka… que no tenía ni la más remota idea de dónde habían salido.
– Diviértanse –fue lo que nos dijo con una enorme sonrisa y se fue.
Mágicamente los tragos aparecieron. Gustav nuestro barman por excelencia, nos atendió a todos, la música estaba bien, bailábamos entre todos nosotros sin distinción de quién había llegado con quién, la idea era divertirnos, por muy raro que suene hasta los Didís estaban conviviendo con todos nosotros. ¡Los dones de alcohol!
Edward y yo nos desconectamos de ellos y después de unos cuantos besos apasionados, arrumacos, arrinconadas y escapadas que tuvimos a Edward se le pasó el berrinche y hacía demostraciones de las cargadas de jazz conmigo, nos divertíamos de lo lindo, todos soltaban carcajadas.
Pero el alcohol se nos acabó en algún punto en la madrugada, por más que buscamos ya no había ni una gota, la euforia nos duró un rato más, pero no el suficiente, si fue justo ahí donde Dirce y Drako desaparecieron, el efecto del alcohol se había terminado.
El ánimo se evaporaba y nos empezábamos a aburrir, nuestra salvación: Clarissa, como siempre. ¿A poco no era un amor la tía?
– Muy bien niños, esto se empieza a tornar aburrido. Así que háganle una rueda a la tía Clarissa.
Todos muy obedientes y con el ánimo de molestar, nos tomamos todos de las manos para rodear a la tía, como si fuera un rondín infantil, hasta caminamos dos o tres pasos a su alrededor tarareando no sé qué.
– Pero sentados, nenes, nenes sentaditos que esto se va a poner bueno –como una orden todos nos tiramos al piso y nos acomodamos– sólo se me ocurre una cosa que hacer con una botella vacía –la movía de un lado a otro en su mano.
Nos pusimos a jugar botella. Unos cuantos castigos ridículos fue lo primero que se nos ocurrió, Moritz traía sus calcetines en las orejas, Gustav traía puesto por fuera de la playera el sostén de Jem, a Ishkand ya la habían dejado medio desnuda por no decir que toda, Tom y Maureen para nuestra sorpresa eran de la misma talla y habían intercambiado sus ropa, Tom traía el mini short blanco de mi amiga con su blusa de tirantitos y hasta se había amarrado el cinturón y ella se había puesto sus enormes pantalones, las playeras, la sudadera y el gorro blanco. Las ideas se nos agotaban, ninguno quería esforzarse por pensar en más ridiculeces así que volvimos a lo clásico, los besos.
En dos o tres giros la botella indicó el beso de Chira con Gersain, se veía que se traían unas ganas tremendas de comerse el uno al otro… y eso que esas cosas no eran de Dios, aunque ellos dijeran que sólo eran «amigos»; quizás con este beso se animarán o al menos sería como hacerles un favor y no se quedarán con las ganas.
Pasaron al frente, todos nerviosos ¿Los cohibiría que todos los estuviéramos viendo? De cualquier manera a ninguno nos importaba, fue Gersain quien se acercó a ella la tomó de rostro y la besó ¡Wow! ¡Qué beso, sí que tenían ganas! Hasta se me salió la baba.
– Ya, ya niño, niño, los demás queremos seguir jugando– los cortaba Tom.
Cuando se separaron y se miraron ambos cómo bobos y se pusieron tan rojos como esferas de navidad.
– ¿Quién sigue? –preguntaba Clarissa.
– ¡Yo! –era Bill, hizo girar la botella y me señaló a mí. Se levantó, al igual que hice yo para pararnos al frente, pero Edward se paró al mismo tiempo que nosotros, llegando los tres al centro.
– ¡Uh! Un trío que emocionante –era la voz de Ishkand– después de ellos puedo besar yo a Mia –torcí el gesto, Ishkand no era mi tipo de chica y no estaba lo suficiente ebria para tomar el valor de besarla. Volví al momento cuando escuché los alaridos de Edward.
– Nada más falta que quieras besar a mi novia, estando yo aquí –Edward se paró lo más rígido que pudo entre Bill y yo, aunque Bill seguía destacando en altura.
– Es un juego –le decía él.
– Es mi mejor amigo, no pasa nada amor, tranquilo.
– ¡Tranquilo! Y todo lo que me dijo en la camioneta –refunfuñó Edward.
– Estaba borracho y no sabía lo que decía. Me quiere y se preocupa por mí, por eso luego dice esas cosas.
– Pues no quiero que te bese.
– Sólo es un juego y es mi mejor amigo –grité.
– ¡Golpes! ¡Golpes! ¡Golpes! –empezaron a gritonear.
– ¡Pues yo no ando besando a mis amigas!
– ¡Pago por ver sangre! –gritó Tom.
– ¡No! Nada más besas a las mías. No fuiste novio de Loretto. ¡Ah!
– Antes de andar contigo.
– ¡Punto para el güerito! –gritó Clarissa.
– Yo nunca he andado con Bill.
– ¡Pero si lo besas!
– A ver «Yo Merito» –dijo Bill que se había mantenido de brazos cruzados ignorando lo que le decía Edward, estiró su brazo izquierdo como si deslizara las cartas de un mazo de naipes– deja de hablar de mí como si no estuviera en frente de ti y qué, además, sí la he besado y besa bien rico –añadió Bill, nada a mi favor con esa cara distintiva en él donde se podía notar que se la estaba pasando de lo lindo haciendo enfadar a Edward.
– Bueno… –dudé– sólo cuando no ando contigo y cuando debo aparentar ante la prensa… –aquí no había nada que discutirme.
– ¡Qué zorra! Pues básicamente todo el tiempo –dijo Dirce, que nada tenía que ver en el asunto.
– ¡Ya! Pues, si la mitad del tiempo son ex novios o «amigos» ya qué le haces Mallitas… ¡Boring! Punto para mi amiguita Dirce –nos gritó Maureen, eso acabo con nuestra discusión y nos fuimos a sentar, yo me fui sin besar a Bill y lo más extraño es que Dirce no le alegó nada a Moo por su comentario de amistad.
– Sí ya, ya, no abusen de la Gato porque la vean atarantada.
Agregó Clarissa y volvió a tomar la botella para hacerla girar y ahora tocaba castigar a Andras.
– Ni creas que te voy a besar –le decía Clarissa guiñándole un ojo, que más que una negativa parecía una insinuación– lo siento linda, pero no eres mi tipo, además no queremos otro arrebato pasional –nos señalaba con los ojos, Andras se encogía de hombros.
– No soy celosa –decía Ishkand picara y desinhibida como ella sola.
– Mejor besa a… –con la vista recorría a todos en el círculo y todos y todas miraban con ansias a Clarissa esperando a que dijeran su nombre– al primero que pase por aquí… ¡Él! –señaló al que nos había dejado pasar, el que seguramente era el anfitrión.
Andras sin mayor problema de recato o celos por parte de su novia, se le fue encima en un tremendo beso.
Más tarde nos dijo Andras que al tipo que se había besado se llamaba Cooper, que se había acercado a nosotros por el escándalo y disturbios que estábamos causando, pero después del beso de Andras y algunos otros castigos que yo creo que disfrutó bastante, se quedó jugando con nosotros el resto de la noche, hasta que el sueño nos venció a todos.
… Γ έ ν ε σ ι ς …
Me desperté por la incómoda posición en la que me encontraba, me estiré y me volví para ver donde había caído dormido era mi sillón, no sabía que era tan incómodo dormir en un sillón por lo que o era un sillón digno de estar en mi casa así que lo cambiaría lo antes posible.
Miré a mí alrededor para ver a las personas que estaban tumbadas en mi piso, no reconocí a ninguna…
¿Esas dos eran otras gemelas?
Las miré bien, se parecían mucho pero no eran idénticas, parecían ser del grupo de amigos de Alvin con los que me quedé jugando a la botella. Me levanté para tener una vista más amplia de toda mi estancia, sólo estaban ellos, ninguno de mis invitados había pasado ahí la noche, caminé hasta el otro sillón para despertar a Alvin y que sacará a sus amigos de mi casa.
– Alvin –lo movía por su costado.
– Umm –sin moverse mucho, me gruñía a forma de respuesta.
– Saca a tus amigos.
– Coop, dice Cooper que te vayas –estaba tan dormido que era inútil hablar con él.
Caminé por entre los cuerpos que estaban esparcidos en el piso, sin pisar a nadie, sin despertar a nadie. Tenía que aceptar que había niñas muy guapas y desinhibidas en ese grupo de extraños. Iba a cerrar las cortinas para que el sol del medio día me dejara dormir un poco más, me acerqué a la ventana y contemplé el tranquilo vaivén de las olas, era relajante y cautivador.
Una chica estaba sola sentada frente al mar, su piel blanca podría camuflarse con la arena, una escena por demás nostálgica, ella se veía taciturna ausente pero como si de alguna manera encajara ahí.
¿Qué pasaría por su mente, estando sola frente al mar?
¿Estaría triste?
¿Qué consolaría a una chica tan frágil?
¿Por qué se habría despertado tan temprano?
¿Qué perturbaría su sueño?
La vi más detenidamente, con todos sus detalles, me di cuenta que era la misma chica del día anterior…
¡Bueno que no le había dicho alguien que se fuera a pisar la arena de los vecinos! Así que como no había entendido tendría que decirle personalmente, salí de la casa para ir con ella…
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