Izaskun: Si vis amari ama. |
«A
bordo de la camioneta que nos llevaría al recinto donde se llevaban a cabo los
conciertos de la banda y entre pregunta y pregunta de parte de David Jost, el
manager del grupo, hubo un momento en el que nos quedamos en silencio todos,
fueron escasos y después ya teníamos la orden de descender de la camioneta,
agruparnos con la gente de otras dos camionetas diferentes y rápidamente se
hizo un caos de balbuceos de gente desconocida.
La
sensación de pánico pronto me invadió y el primero en el que pensé fue Izaskun,
torpemente giraba mi rostro para todos lados, como si fuera aparecer, como si
la aglomeración fuera tan sólo la del patio principal de la escuela, pero no,
no estaba en la escuela, estaba en otra ciudad, con otro tipo de personas, con
un montón de indicaciones de cosas que se tenían que hacer y que la mayoría no
me correspondían.
Sí
tenía miedo.
Tenía
miedo de lo que estuviera pasando con mis hermanos, con todos incluso Meltón, a
veces no era lo suficientemente responsable ni de él mismo por andar pensando
en la nada y quedarse frente al televisor pero afortunadamente estaba Maika
para recordarle lo que debía hacer con Mila y Mosses, que por otro lado Mosses
estaba a cargo de la familia de Izaskun, lo que me llevaba a pensar de nuevo en
él. Mi amigo.
Tan
pronto volví a pensar en él, las cosas se volvieron un remolino de confusiones.
Liam ya estaba a un lado mío llamándome compañera y abrazándome, alguien más
que no distinguí me tendía otro gafete con un cordón grueso como el de la noche
anterior y otra voz se encargó de agregar:
—Este
es completamente tuyo, por el resto de
la gira.
Traté
de buscar con la mirada a Stiffens pero al que encontré en su lugar mirándome
fue al chico que iba conmigo en la camioneta, el de cabello avellanado y
ondulado recogido en una coleta a la altura de la nuca, su mirada era una muy
fija de modo que me puse nerviosa, no era por lo general mi estilo pero sus
ojos verdes estaban tan centrados en mí que me causaba nervios. Sus brazos
estaban cruzados sobre su pecho marcándose que los ejercitaba ligeramente,
aunque, bueno, eso no era lo importante en aquel momento su postura me llamaba
demasiado la atención. Mucho. Bastante. Demasiado.
Lo
siguiente que escuché fue la indicación de Liam.
—Bueno
Megh, parece que la noticia no te agradó ¿Quizás ya no me quieres de compañero?
—acto seguido puso un puchero en su rostro bastante gracioso que me provocó un
absceso risa.
—No,
claro que no, es decir me encanta la idea de poder trabajar… —interrumpió mi
idea abrazándome por los hombros y hablando a mi oído.
—Ya
me enteré que Häring y tú no son parientes. Menudos mentirosos —rió haciendo lo
ruidos sin abrir la boca, lo que se escucharon un tanto rudos—, bueno qué dices
pareja ¿Comemos o nos ponemos a trabajar?
—¡Vamos
a comer! —gritó el otro chico que se encargaba de la consola de las guitarras.
Al
cabo de un rato fui enterándome de diversas cosas, infinidad, por ejemplo: cómo
se trabajaba, los horarios, rutinas, quién era quién en la banda y eso por un
póster que había pegado por ahí. Cantidad de nombres de gente que iba y venía,
a quién debía tratar con más respeto que al resto, pero que igual si ellos me
lo permitían podía tutearlos. Se percataron que también era la más chica de
todo el Staff porque los dos miembros hermanos de la banda no contaban y ya
estaban programando alguna tontería acerca de novatada o festejo, algo, a lo
que no presté mucha atención.
¡Wow!
Sonaba tan extraño ser parte de algo a lo que se necesitaba un infinito sentido
del compromiso. Yo, ya era parte del Staff de una banda, tan sólo ayer había
salido de mi casa un poco rabiosa sin saber qué hacer y en menos de
veinticuatro horas ya tenía un trabajo y lo que más me impresionó fue que una
mujer joven estaban pidiéndome mis papeles para tramitar los permisos
necesarios para salir del país. Lo cual me implicaba un tanto de problemas,
tal vez muchos sin embargo, algo tenía muy claro, con mi madre no contaba,
desde luego que no, seguramente ella seguía exageradamente enojada como para
por lo menos dirigirme la palabra. Opciones tenía muy pocas, Izaskun no era una
de ellas, si llamaba a Meltón seguramente terminaría pescando un anzuelo y
estaría de por vida encerrada en casa cuidando a mis hermanos hasta que Mosses
se fuera de la casa.
Tuve
que hacer una llamada muy rápida y que tal vez no funcionaría.
—Necesito
que busques entre los documentos de papá, los míos y me los mandes urgentemente
a una dirección que te voy a dar…
—Oye no pienso gastar…
—Yo
pagaré. Te lo pagaré. Sé que no soy de tu agrado pero de verdad los
necesito.
—Sí, tienes razón, de todos tus hermanos, tú
eres la que me agrada menos —dijo con una voz un poco contenida.
Seguramente sostenía un cigarrillo entre los labios.
—Lo
tomaré como un cumplido —murmuré.
—No lo fue… bien —exhaló—, a qué dirección, espera un momento. Tu madre
no va a venir a armar algún revuelto aquí ¿O sí? La última vez Tobias casi me
abofetea cuando supo que tu madre vino aquí a hacer desastres porque una de tus
hermanas estaba aquí.
—No
lo sabrá si no abres la boca —espeté—. Es más, ni a papá debes decirle que
tomaste esos papeles sino quieres a mi madre ahí en su dulce hogar.
—Bien…
bien…
Tal
vez no fue una corta llamada pero de que funcionó la idea de sobornar un poco a
la nueva esposa de papá, sí que lo fue. Afortunadamente entre una y mil cosas
que había que hacer en el establecimiento donde se llevaría a cabo el concierto
y los arreglos que se hicieron durante y posteriores al evento, mi cabeza quedó
un tanto bloqueada hasta que llegué al hotel y me notificaron que me esperaba
un paquete. Los preciosos documentos de mi persona llegaron junto con una
ligera nota de odio de parte de la esposa de mi padre, la verdad era que esa
mujer tenía buen sentido el humor, había un trozo mal arrancado de un
calendario con una calavera y la lengua de fuera dibujada y unas sustanciosas
palabras:
«Si
me pasa algo mueres conmigo. Con dulce odio, yo».
No me
quedó más que sonreír y anotar a mi lista de pendientes darle más dinero del
que había gastado. Así, en cuanto los tuve en mis manos los llevé a la chica
que se encargaba de las relaciones internacionales, sinceramente no recordaba
su nombre, pero ella estuvo muy feliz al verme al pie de su habitación y me
hizo pasar para que viera cómo sería el proceso y a su vez firmara algunos
documentos donde vendía básicamente mi alma al diablo que los manejaba.
No
tenía nada que perder y en menos de cuarenta y ocho horas estaría pisando otro
país…
Fueron
un total de 78 días los que duró la gira, más de 15 países, hoteles,
desveladas, imprevistos, parrandas y en el último país: una gran fiesta en un
bar exclusivamente reservado para todos y cada uno de los miembros del Staff,
incluso el Staff que nos llevaba ventaja de uno o dos días con el armado del
escenario, la banda, productores, invitados personales de estos mismos y un
montón de alcohol.
A
estas alturas me sabía perfectamente el nombre de todos y con los que
interactuaba a diario me trataban excelentemente bien. Tuvimos un día más de
descanso en el último país con el que se cerraba la gira y después un vuelo
directo a Hamburgo, Alemania. La tarde de aquel día la aproveché al máximo
paseando por los rincones de ese país de la mano del que ahora es un buen amigo:
Liam.
Ahora
estaba de regreso en Alemania y sin exactamente saber qué hacer, tenía casi un
mes y medio de vacaciones antes de que tuviera que pisar nuevamente las
oficinas de Hamburgo según dijo Liam.
Al
término de todo esto estaba equipada con una maleta enorme de ropa y zapatos de
todo tipo que fui adquiriendo en el trayecto según los eventos a los que la
banda iba y nosotros éramos requeridos… sinceramente, sólo para hacer bulto;
regalos, aparatos electrónicos e incluso un teléfono móvil que ellos mismos me
habían asignado. El dinero con el que había salido de casa se había disparado
considerablemente y eso no era todo, tenía también una cita en las oficinas de
Magdeburgo para cobrar la otra mitad correspondiente a mi cheque, las finanzas
se movían rápido si se contaba con alguien como Stiffens. Afortunadamente, él
se había hecho cargo de mí por el hecho de aún ser menor de edad, sin embargo,
era tan extraño que él confiara tanto en mí sin por lo menos conocerme un poco.
Después
de una larga espera en una casa que llamaban estudio en Hamburgo, una camioneta
fue la encargada de llevarnos hasta Magdeburgo, en ella íbamos: dos tipos
enormes de seguridad que escoltaban al baterista, Gustav, y a Georg, el bajista
y yo. Un tanto cohibida me limité a mirar por la polarizada ventanilla
bloqueando casi en su totalidad la escuálida conversación que llevaban Gustav y
Georg.
Al
detenerse la camioneta, la voz del conductor me dejó estrellarme con la
dolorosa realidad a puras bruces.
—¡Hey
Meghan! He terminado con estos dos ¿A dónde te llevo?
«¿A
dónde te llevo?» retumbó en mi cabeza.
Esa,
era una muy mala pregunta. No tenía un buen lugar a dónde ir. El dinero en mis
bolsillos pagaría el alquiler de cualquier buen piso de la cuidad por varios
meses pero…
—Yo
la llevo —dijo Georg y casi se me salen los ojos de las cuencas— ¡Vamos hombre!
No pongas esa cara, a puesto a que mueres por irte a tu casa y yo te facilito
el trabajo.
—Me
iré, siempre y cuando Meghan esté de acuerdo…
—¿Qué…?
Ahmmm, bueno yo…
—¡Anda
vamos! Ya sólo quedan nuestras maletas y la mía ya está abajo —Georg con una
amigable voz, que nunca le había escuchado, le dijo al conductor.
En
realidad, jamás se había tomado la molestia de dirigirme la palabra, pero
tampoco era déspota en su forma de hablar con la gente que estaba a su
alrededor porque a mí nunca se dirigía; en uno de los tantos festejos de
cumpleaños de alguno del Staff sólo estiró su mano a lo lejos y se fue a una
esquina. Cuando necesitaba ajustes en su consola buscaba la manera de hablar
siempre con Liam a conmigo.
¿Ahora
estaba proponiéndome llevar a una casa que no tenía?
Estiró
su mano para hacerme descender de la camioneta. No me tomó mucho, lo admito,
estirar también la mía para bajar.
—Bien,
par de rebeldes —alcance a escuchar que dijo el conductor pero yo me enfoqué en
la sensación tan terrible que tenía en la palma de la mano por el contacto de
la suya. Era como tenerla completamente adormecida, podía sentir la temperatura
de su mano, más no podía ser consciente del tacto real, bueno no se sentía de
una manera real—. Hagan como siempre lo que se les dé la gana pero usen condón
por el amor de Dios.
—¿Qué?
—exclamamos a la par Georg y yo, tan sorprendidos por el comentario como,
estaba segura, por lo que había ocurrido. No lo dudaba.
Seguí
tomada de la mano de Georg inconscientemente y el conductor cerró la puerta de
la cabina de donde bajé. Se dirigió al porta equipaje y sacó mi maleta para
depositarla a un lado de la que el encargado de seguridad había puesto la de
Georg. Dio un ligero vistazo a nuestras manos unidas, me puse como un tomate,
me solté de él discretamente y el conductor rió y negó con la cabeza.
—Creo
que ya me vería muy metiche si te digo que mi obligación es subir las maletas
hasta la puerta de tu departamento y tú dirás que no y yo deba de insistir…
—Sí,
sí, sí… ¡Ya sólo lárgate! —Georg le manoteó en la cara y lo empujó mientras que
el conductor y el de seguridad no paraban de reír. Este último se quedó
con nosotros.
Quieta
me quedé sobre la acera percatándome que ahora sentía los dedos de la mano con
que había tocado a Georg helados, sumamente fríos y por qué no admitir, también
temblorosos. Tuve que cerrarlos en puño para controlar la sensación tan
desesperante.
—¡Hey!
De acuerdo si fue una mala elección postularme, todavía puedo llamarle y pedir
que de media vuelta para que te lleve —exclamó sorprendido Georg mirando mi
puño.
—Sí…
bueno, es decir no. No es eso.
¿Cómo
o de qué manera la iba explicar que no tenía a dónde ir?
—¿Te
sucede algo? —ambos me miraron de una manera muy curiosa y entre Georg y yo
existía una prudente y marcada distancia que desee que no existiera por alguna
endemoniada razón—. Si quieres podemos irnos ya, mi auto está en el
estacionamiento. Sólo debo buscar mis… mis… ¡Rayos! ¿Dónde dejé mis llaves?
—comenzó a palparse los bolsillos de su chaqueta de mezclilla y los de un
pantalón deportivo que no hacían en absoluto juego, su acompañante de seguridad
tomó su maleta y se fue acercando a la puerta de acceso del edificio donde
estábamos— ¡Ah claro, en la mochila!
—Oye…
—apenas si se escuchó mi voz.
—¿Dime?
—replicó y me miró directamente a la cara.
—La
verdad es que mi situación es un tanto complicada —frunció el cejo con
interés—, verás, yo… —comencé a trastabillar en ideas y en palabras no lograba
sacar mucho—. De acuerdo, yo me salí de mi…
El
teléfono móvil comenzó a sonar estridentemente en uno de mis bolsillos y
recordé que esa cosa ahora estaba al alcance de mi poder, jamás en mi
existencia había puesto interés en uno y mucho menos tenía preferencia por
andarlo cargando. Miré la clave que apareció, cada uno de nosotros en el Staff
teníamos asignados tres números de identificación para rápida comunicación.
—¿Hola?
—¿Cómo va todo Megh? —del otro lado de la
línea era Stiffens quien hablaba.
—Va…
yo… estoy…
—La cosa es que no estás bien cierto
—dijo con voz muy convencida—. Por qué no
utilizas este bello aparato y llamas a tu casa.
Hasta
ese momento no sé me había ocurrido aquella idea por ir ensimismada con otras
tantas, en realidad, sólo era una y estaba de tras de mí mirándome como soltaba
palabras al aire. Después de unos cuantos monosílabos de mi parte también
sugirió que fuera por lo menos a pagar una habitación de hotel y después pagara
el alquiler de algún buen piso mañana por la tarde después de que saliera de
recoger la otra mitad de mi paga.
—¿Y
bien? —dijo Georg en cuanto terminé la llamada—. Estabas en que tú saliste de…
—Listing
—dijo el tipo de seguridad—. Subo tu maleta y la mía, dame las llaves del auto
y en lo que terminas de conversar lo dejo listo para que te lo lleves —en un
rápido movimiento y sin dejar de mirarme, Georg aventó las llaves de su auto y
el chico de seguridad sin dificultad las atrapó en la palma de su mano. Y así
también de rápido desapareció.
—¿En
qué te quedaste? —insistió.
—De
acuerdo —inhalé y saqué el aire por mi boca. Esperando que éste no fuera a
otorgarme una mala impresión. Diablos. A quién en este momento le importaba dar
buenas impresiones, qué rayos me ocurría—. Bien, la verdad es que no tengo
algún lugar a donde ir, es decir, sé que puedo ir a donde sea pero digamos que
por el momento yo… tal vez tenga que ir a un hotel. Estoy harta de los hoteles
pero sinceramente no veo otra salida, no quería que lo supieras de esta forma,
creo que puedo ir a algún lugar, es sólo cuestión de que haga un par de
llamadas y vea como están las cosas por aquí; si no estoy en muchos problemas y
no me meto en otros tantos… es más no te verás en la obligación de llevarme a
ningún lugar. Sabes…
—¡Hey,
hey, hey! Detente por el amor de Dios y respira si es necesario también. Si a
caso pude entenderte algunas cosas acerca de problemas y si no quieres más
puedes quedarte esta noche… o las que quieras en mi departamento…
—¿Qué?
¿Estás loco? —repliqué de inmediato.
—No,
no lo estoy. Es más ni notarás mi presencia, duermo hasta tarde, cuando despierto
de inmediato voy a ejercitarme, la mayoría de las tardes-noches siempre salgo
con amigos, familiares. Los días después de las giras son, igual o más de
movidos, todo mundo te quiere ver, tienes que entregar obsequios, reuniones por
aquí o por allá para realmente finalizar el trabajo de las giras. De hecho,
seguramente alguien del Staff me programó para dentro de poco otro viaje de
vacaciones…
—Vaya…
—exclamé sorprendida.
—¿Qué
dices?
Le
tomé la palabra, sólo por esa noche, le argumenté que a medio día debería ir a
las oficinas a cobrar el resto de mi cheque y se vio un tanto indignado porque
a la banda les daban su pago hasta pasado un mes de terminada la gira, lo que
sin duda me dio mucha risa.
Ordenó
comida rápida e invitó a su hombre de seguridad a pasar un rato con nosotros.
La verdad es que no duró mucho alegando cansancio pero yo creo que se sintió
incomodo al parecer el mal tercio y siendo sincera le agradezco infinitamente
el haber estado ahí esa noche o no hubiera aguantado mucho las ganas de aventarme
a los brazos de Georg para por lo menos plantarle un buen beso.
¿Qué
diablos me ocurría?
Pasó
un rato más el que estuvimos platicando de mil y un tonterías, cerca de las
cinco de la mañana me dirigió a una pequeña habitación y él se retiró a la suya
al fondo del pasillo. La cama estaba colocada al frente de la ventana y las
cortinas tenían atados los cordones de los costados que me dejaban ver hacia el
exterior una luna muy grande, apagué la luz y dejé que fuera la de la luna la
que hiciera el trabajo. Cuando volví a cavilar mis pensamientos en la realidad,
la luna ya no estaba en lo alto del firmamento y era un cielo muy claro el que
podía notar a través del cristal. Me había quedado en posición de flor de loto
durante… durante; busqué el teléfono móvil en el bolsillo de mis pantalones,
¡Eran las once y diez minutos de la mañana! Y yo no había dormido absolutamente
nada, es más no sentía ni cansancio ni sueño, no sentía ningún pesar en el
cuerpo que me pidiese por muy mínimo un descanso. Mucho menos se me habían
entumecido las piernas por estar horas en la misma posición. Era, como si de
pronto estar en la cuidad volviera a mí una calma impresionante.
La
puerta sonó.
—¡Meghan!
—dijo con voz queda— Meghan ya estás despierta.
—¡Sí!
—mi voz sonó tan pastosa como si no hubiera hablado en días—. Sólo, sólo tomo
una ducha, salgo en seguida.
—De
acuerdo, estoy en las mismas. Te veo en unos minutos.
Así
fue. Pocos minutos antes del mediodía estábamos a bordo de su auto en camino a
las oficinas de Magdeburgo donde él y Gustav tenían también un estudio
personal.
—Wow,
parece que a ti las desveladas no te hacen absolutamente nada —dijo mirándome
de reojo por los lentes oscuros que llevaba puestos—. Mírate.
Ante
eso sólo me quedó sonreír. La verdad es que nunca había sido una persona muy
trasnochadora por mucho me quedaba haciendo algún trabajo por la noche o
cuidando de alguno de mis hermanos cuando se enfermaban y había que cambiarles
los trapos empapados de agua fría, vigilarlos en alguna otra cosa sencilla, un
par de veces salí con Rooney siempre y cuando Meltón se quedara a cargo y
recuerdo que había sucedido exactamente lo mismo: de nada me serviría quedarme
dormida un par de horas, yo sentía que no valía la pena. Las desveladas se
intensificaron hasta que llegué a la vida de trabajo, que era uno muy peculiar
pero sin duda muy divertido.
Para
el caso, cuando arribamos a las oficinas, no había necesidad de que él se
quedara a esperarme pero alegó que mi maleta se notaba un tanto pesada. Tampoco
era difícil salir de la zona donde estábamos justo ahora, creí bastante
prudente llamar a un taxi pero Georg insistió en llevarme a cualquiera que
fuera mi siguiente destino.
Entonces
todo eso me llevaba a lo que era mi siguiente problema en esa realidad. Durante
toda la noche, lo único en lo que había pensado era en una sola persona:
Izaskun.
Él y
nadie más. No sé si fueron mis nervios por estar de vuelta lo que me hicieron
imaginarme tan vívidamente lo que él pudo haber sentido en toda mi ausencia y
eran sensaciones horribles, en algunos momentos me dieron escalofríos,
desesperanza, ansiedad todo eso aunado a una carga enorme de impotencia.
Cobardemente no tomé el móvil para llamarle, esperaba que con la fuerza de mis
pensamientos supiera que a pesar de todo estaba bien y de vuelta.
La
verdad es que no quería sufrir aquella reprimenda de haber abandonado la
escuela o peor aún, el saber que las cosas con mis hermanos había empeorado y
que mamá los había dejado completamente a cargo de Meltón o Maika, que ambos
sabían cuáles eran las funciones básicas paro sobrevivir pero, sin la ayuda de
uno, las cosas seguramente se pondrían locas.
¿Qué
tanto habría ocurrido en mi ausencia?
Izaskun Flax |
Cuando
Georg preguntó cuál era el siguiente punto a pisar dentro de la cuidad no pude
evitar seguirle dando más vueltas y postergar un poco más mi ausencia. Sugerí
que era buen momento para ir a comer algo y en el momento en que se retiró al
sanitario por fin tomé el teléfono para marcar a la casa de Izaskun. No llegó
más allá de que terminara el primer timbrazo.
—¿Dónde
estás? ¿Estás bien cierto? ¿A dónde voy por ti? —recitó tan fuerte y tan
enojado que me asusté. Jamás le había escuchado ese tono de voz—. Contesta
Meghan, sé que eres tú. Dime algo —imploró.
—Yo…
yo, estoy bien —dije despabilándome—. Pronto te veré…
—Te
veré en la que era tu casa —ordenó.
—¡No!
—grité y dos o tres comensales me miraron, modulé mi voz—. Ahí no puedo volver.
Mi madre podría estar ahí…
—Te
veré en la que era tu casa a las quince horas Meghan.
Colgó.
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