AOMS - Capítulo 17: Todo en tu mirada.

STIFFENS: A superbia initium sumpsit omnis perditio












—Mi familia me ayudaba sin reparo ni descanso y ni siquiera existen realmente.

Georg y Gustav voltean precipitadamente a mirar detrás de ellos donde Meghan está de pie mirando con nostalgia lo que ella misma escribió. Suspiró y comenzó un andar a la puerta. Ambos chicos se miraron sin saber qué hacer con exactitud, segundos después de haber salido de la puerta, ambos reaccionaron para salir disparados tras ella.

—¡Meghan!

Gritaron ambos viendo como la puerta principal del departamento se balanceaba por la salida estrepitosa de Meghan.

—Eso te pasa por leer lo que no es tuyo, imbécil —dijo entre jadeos aún muy bajos fuera del edificio Gustav mirando como Meghan se hacía cada vez más pequeña en el horizonte.
—Se dejó caer de una altura de veinticuatro escalones…
—Porque puede Georg. Puede hacer eso y más pero se burló de nosotros en nuestra cara al no dejarse alcanzar.
—¿Qué crees que haga? —Georg se dejó caer sobre la puerta de cristal que daba acceso al edificio.
—No lo sé, no la conozco a la perfección. Izaskun sería un buen comienzo para hacer alguna suposición de acción suicida.
—Marcando a Izaskun…



—Largo de aquí. Déjame pasar —estoy a punto de dar un paso al edificio casi en ruinas y un tipo se interpone en mi camino nuevamente, logré deshacerme del primero en el callejón, ahora tengo que lidiar con éste.
—Tú no puedes pasar a este lugar —dice el tipo que tiene pinta de maleante, es de complexión robusta y tez muy oscura, seguramente ha de medir cerca de los dos metros y medio—. Tu sangre no es pura.
—Claro que puedo, y lo haré… al demonio con la sangre.
—¡Meghan! —justo al que quería.

Corro sin darme cuenta de mi velocidad hasta el lugar donde esta Stiffens para darle un fuerte empujón.

—¡Ey! ¿Qué sucede? —rechista.
—¿Qué sucede? ¿Tienes el descaro de preguntarlo?
—Sé muchas cosas Meghan, no por eso soy culpable de todas —su rostro se volvió uno sereno y apacible.

Eso me molestó aún más.

«Sabías que mis hermanos no existían y nunca me dijiste nada», me detuve de golpe en mis palabras. No estaba hablando alemán; hablaba fluidamente el dialecto con el que me había comunicado con el Abraxas… Abuelo… Abuelo-Abraxas o cómo sea que tenga que referirme a él.
«Veo dos cosas, Meghan». Contestó Stiffens. «Has aprendido el Enoquiano y rápido. Lo segundo que has recordado la verdad sobre tus hermanos. Nadie te ocultó nada. Simplemente los mirabas con ojos humanos, no con ojos del Abraxas que eres».

Seguido a eso hizo una reverencia a mí.

«¿Qu… qué… qué rayos estás haciendo?», mi furia se acrecentó, éste me estaba tomando el pelo. «Deja de decir cosas a medias».
«Lo que tú eres sobrepasa mi poder en la escala de los Grigori. Tal vez seamos de diferentes razas, yo seré un puro y tú una mezcla, pero tú eres una y una muy poderosa».

El tinte de mis ojos al cambiar…

Mi mezcla…

«Eso no me ayuda a resolver el madral de problemas que tengo por encima».
«Y es natural Meghan que te sientas desolada, pero aún tienes a tus hermanos…»
«De eso mismo te vengo diciendo, mis hermanos no existen. ¡No existen! Eran unos simples Avatares disfrazados de niños. ¡No tengo hermanos! Todas las memorias, los mejores y también los peores que pasé a su lado no eran con quien de verdad creía amar».

Solté un grito con rabia y el mismo idioma que se podía escuchar suave y musical se convirtió en uno feroz.

«Claro que tienes hermanos. No estás sola Meghan, piensa bien y aclararás tu mente. Eres rápida de entendimiento…»

Mila…

Salí disparada del callejón al que me había metido llegando por un laberinto que no se distinguía desde el nivel del piso, debías subir a la azotea de algún edificio para poder saber la ruta exacta del lugar donde se congregaba la legión de los Grigori.

A lo lejos sólo pude escuchar el eco del grito que Stiffens habría hecho con mi nombre lleno de frustración por siempre dejarlo a la mitad de sus cátedras angelicales.



—¡Ima! ¡Ima! —gritó Mila a una de sus compañeras de colegio a su lado estaba otra pequeña de cabello castaño largo. Ambas sonreían y sus ojos grandes de niñas les brillaban.
—¿Lo lograste? —dijo la chilla que estaba a un costado de Mila.
—¡Sí! —gritó la niña llamada Ima—. Entré al equipo de gimnasia.
—No te hagas tantas ilusiones ­Ele —una vocecilla altanera sonó detrás de ellas—. El que hayas entrado no significa que puedas de verdad.

El tono de voz del niño que hablaba era realmente fuerte y cortante, parecía tener desprecio hacia las niñas con las que Mila recién había hecho amistad. Por dentro aquellas niñas lo tomaron como un reto, por fuera, aparentaban estar tan dolidas por el comentario que la pequeña Ele le corrió una lágrima por su mejilla.

—¡Haziel! —le gritó Mila—. No tienes por qué ser así de cruel.

«Se lo merecen». Pensó para sus adentros Haziel.

—Deberías pedirle una disculpa…

Comenzó Mila pero un fuerte grito la distrajo.

—¡Mila! ¡Mila!

La pequeña giró el rostro para mirar a su hermana ir hacia ella, que no reparaba en absolutamente nada más que no fuese su hermana.

­—¿Dónde está? —con tono acelerado y a su vez agresivo, miró inquisitivamente a Mila. Ella por reflejo dio un paso atrás—. ¿Dónde?
—¿Quién? —logró responder en un suspiro la pequeña Mila.

Rodeados de todos los estudiantes del jardín de niños y los dos primeros cursos del Grundschule, claro que iba a ser notoria la presencia de Meghan con su estatura de casi un metro ochenta.

Las dos niñas se movieron a cada flanco de Mila fingiendo las mismas caras de sorpresa, una de ellas se envalentonó.

—¡Déjela!

La mirada de Meghan no se solazó de su objetivo.

—¿Dónde está Mila? —volvió a repetir tomándola de los hombros.
—No sé… no sé de qué me hablas. Megh, me asustas.

Los ojos de la niña, del mismo tono gris azulado que Meghan, comenzaron a dilatarse, aunado a que se había encogido entre las manos de su hermana.

—¿Dónde está el hijo de Mitzrael? ¿Cómo se llama? —Meghan se puso en cuclillas para mirar directamente a la cara a su pequeña hermana—. Sé que eres muy inteligente, sé que sabes muchas cosas Mila. Dime quién es y dónde lo encontramos.

—Él esta…

La pequeña giró el rostro hacia atrás, un par de segundos antes Mila había estado recriminándole su crueldad, ahora, ya no estaba.

—Él esta… —buscó en ambas direcciones—. Él estaba aquí Megh.
—Mierda…

Bisbiseó. Se preguntó cómo era posible que un niño desapareciera tan rápido. Si tan solo supiera cómo era aquel niño; lo único que podía evocar a su mente eran los rostros de sus hermanos: Melton, Maika y Mosses sin parar.

—Ven, te llevo a casa, ahí lo buscaremos Mila. Le preguntaré a mamá todo acerca…

Con la misma fuerza que la tenía sostenida tomo su muñeca para hacerla avanzar.

—¡No! —gritó una de las niñas, Ele.
—¿Qué rayos…? —una de las características de Meghan es que no podía evitar soltar palabrotas a la primera circunstancia.
—Déjela —volvió a pedir con fuerza la niña.
—Mira pequeña, quien quiera que seas, no tengo tiempo para lidiar contigo, sube al autobús y piérdete. Yo puedo llevarme a mi hermana a donde se me dé la gana.
—¿Esa mujer es tu hermana Mila? —preguntó la otra chiquilla de ojos claros enigmáticos, en su rostro no había nada infantil advirtió Meghan, mientras más la observaba más dura se hacía la mirada de aquella niña, sus labios eran caídos.

El corazón de Meghan comenzó a latir con rapidez.

Los ojos de Ima centellaron en un plateado expectante. Aquello no era normal.      

«¿Sabes correr rápido verdad Mila?». Su hermana dio un sobresalto al escuchar la voz de Meghan. Mila la miró con el rostro tan serio, y preparada para todo. «Bien, es hora de que demuestres de qué estás hecha enana… ¡Ahora!».

Las dos salieron disparadas entre la multitud de niños que estos no se percataban que el viento que los rozaba era provocado por ambas. Mila lidiaba con su mochila sobre los hombros subiendo constantemente los tirantes de cada lado. Corrían por la larga acera que correspondía a la escuela aproximándose a un cruce vial.

«A la izquierda sobre la banqueta». Viraron con agilidad.

La escuela por aquel costado daba a un profundo pasillo; un almacén colindaba con el gimnasio techado y terminaba en el campo de fútbol. Mientras recorrían el pasillo entre ambas estructuras dos figuras del tamaño de Mila aterrizaron frente a ellas. Frenar de golpe fue la única alternativa, correr en sentido contrario sería una cobardía.

«No queremos hacer esto por las malas», enunció en Enoquiano una de las pequeñas figuras. «Entréganos a la pequeña Mila y condonaremos un poco de tu penitencia, rebelde».

Mila dio un respingo al darse cuenta quienes eran ambas figuras, pertenecían a las de sus amigas pero también a las de las más oscuras pesadillas de Meghan. Eran dos de sus represores de La Guardia.

«Yo no tengo ninguna deuda con ustedes».
«¡Oh, oh! Claro que la tienes». En menos de la mitad de un segundo la distancia de un par de metros que las separaba la acortó aquel ser. Estaba frente a frente con Meghan. Estaba levitando y no tenía sus alas expuestas. «¡ERES UN PARLANTE!». Vociferó y las estructuras y el piso vibraron. «De un buen castigo no te salvarás». Sonrió con malicia, con una verdadera malicia.
«A menos, claro está, que nos entregues a Mila ahora mismo». Dijo la otra voz caminando con parsimonia.

Sus vestimentas ya no eran las del colegio. Portaban unas túnicas de tela blanca, sus pies iban desnudos pero parecían nunca ensuciarse y sus rostros eran serios, con ese tono blancuzco que parecían labrados en fino mármol, como el de Meghan.

«Jamás entregaré a Mila, ni a nadie».
«Perfecto. Entonces déjala ir y afronta la parte que te toca, seguro, te gustará la clase de castigos que utilizamos con los de tu tipo». Le advirtió el ser al que Mila llamaba Ele.
—Dejen a mi hermana.

La delicada voz de Mila se alzó entre tanto griterío mental.

«Tiene agallas, hay que reconocerlo», dijo la voz de Ima, ácida y burlona, la cual descendió al piso para estar frente a Mila.
«No hagas nada estúpido Mila», le murmuró Meghan exclusivamente para ella. «Gracias al cielo que aún no abres tus alas». Se regodeó Meghan.
—Tengo agallas para defender lo que es nuestro.

Volvió a gritar Mila, como si supiera más de lo que Meghan pudiera saber o si fueran un par de secuaces que en todo momento se defienden.

«Mila por favor cierra el pico. Quieres que nos hagan pedazos a las dos, no ¿verdad?».
«Es hora de que aprendas que ellos no pueden hacernos nada», Mila impresionó a Meghan y para el caso, ¿no era eso lo que ella le había pedido antes de dejar la escuela? Bien, Meghan también tendría que aprender a subestimar menos a su pequeña hermana.

Mila le hizo una sonrisa de lado ligera ante la impresión de Meghan y sus ojos centellaron en un azul eléctrico fuera de este mundo, dentro de ellos había vida propia, furia contenida, un azul místico. Imparable.

Scarlett…

En automático, los dos angélicos retrocedieron de manera casual, sin que se notase que fuera una manera de delatarse ante una pequeña que rozaba el metro de altura. Meghan sin saber qué hacer exactamente quiso separar las alas y llevarse a Mila pero estaba por demás decir que cualquier intento sería muy bien bloqueado por aquellos dos seres. No recordaba con exactitud cuál de los cinco era quien la había torturado y no iba a investigarlo con la vista ahora limpia. Tenía dos opciones: buscar una salida pronto o realizar un acuerdo el cual no tenía una resolución buena para ellas.

«Ni se te ocurra». Dijo rápidamente Mila indignada. «Podemos luchar juntas».
«¿Han terminado de parlar entre ustedes? O hemos de esperarlas, tenemos de aquí a la eternidad o tú, Elemiah, tienes algo más qué hacer».
«Desde luego que no Imamiah, puedo hacer justicia aquí como al lugar que deseen escapar».

El pequeño ser angelical estiró su mano al cielo. Comenzó a formarse un chisporroteo de luces blancas y plateadas, todo fue confusión para las hermanas hasta que se materializó desde la punta finalizando en la empuñadura una espada en la mano de la diminuta Elemiah. Meghan la recordaba. Era la misma espada con la que habían ejercido su justicia y le habían arrebatado la voz.

Esta vez no se detuvo a pensar en que le arrebatarían ahora porque podría ser la vida de su hermana y sin ella jamás reuniría a la poca familia que le quedaba sobre el planeta Tierra. Sin pensarlo dos veces dejó que sus alas tomaran el poder de su mente y espíritu. El color de sus ojos gris tormenta se volvió furiosamente ese azul líquido vibrante de existencia propia contrastando con la blancura de su piel pálida mientras que sus alas resplandecían como aquella primera vez que las abrió y desplegó ante los cinco de La Guardia, aunque en esta ocasión eran dos, le bastó a Meghan para sentir la misma rabia fluir por sus venas al sentir una amenaza sobre Mila.

Meghan la replegó detrás de su brazo.

«Esta es la misma espada que te quitó la voz, podrá quitarte lo que ella desee, no seas una rebelde».
«Seré lo que yo quiera. No lo que ustedes me impongan». Respondió Meghan con tono decidido. Atrás había quedado la temerosa.

Un rápido movimiento de Elemiah y todo sucedió al mismo tiempo: la espada estaba  rozando el cuello de Meghan directamente sobre la carótida, la reacción sin miedo de ésta había sido tomar la hoja de la espada con la mano contraria; los ojos de Mila habían tomado nota de aquello pero siguió su vista en dirección trasera y pudo ser testigo de la llegada de tres sombras que se posaban detrás de ellas formando una punta en la que el mando era Meghan.

Mila sonrió. La espada vibro. Meghan acumulaba más y más fuerza. Elemiah luchaba contra la fuerza para rasgar el cuello de aquella que consideraba un peligro pero la espada en su mano no cedía y micras de segundo después la espada de color blanco cristal-azulado había desaparecido en minúsculas volutas de polvo de tonos gris. Los ojos de Meghan lucían victoriosos.

Imamiah dejó escapar una exhalación que delató su pétreo rostro y Elemiah dejó caer al duro concreto la empuñadura que resonó con un hueco eco.

«La primera vez, entre cinco no fueron suficientes. ¿Qué les hizo pensar que entre dos podrían esta vez?». El tono Enoquiano de Meghan era severo y crudo. «Si no se alejan ahora, vendrán más, la matanza puede comenzar ahora. Ustedes deciden irse ahora o que comience la cuenta regresiva hacia la eternidad».
«No olvides que también contamos con fuerzas aliadas». Varias pisadas a la lejanía se hacían cada vez más fuertes, advirtió Mila. «Quédate al lado de ellos Meghan Abraxas y morirás», le advirtió Imamiah y junto con Elemiah giraron, al instante desaparecieron.
—Gracias... —murmuró Meghan para las tres sombras que seguían posadas detrás de ellas—. Los amaremos siempre.

Estrechó a Mila y la pequeña la rodeó con sus largos bracitos.

—¡Meghan! —el grito provino de lo más profundo de Georg. Detrás de él iba un sequito conformado por Izaskun, Stiffens y Liam. Dos guardias mortales, un Trono y un Nefilim Grigori.

“Toda esa ayuda interesante hubiese funcionado hace unos momentos”, pensó Meghan, pero sinceramente ella por sí sola no necesitaba ayuda de ningún tipo. Con su fuerza, era la segunda ocasión en que había logrado intimidar a  los miembros de La Guardia. Georg estuvo pronto frente a ella.

—¡Oh, Dios! Meghan estás bien —dijo en un suspiro mientras con sus dos manos tomaba el rostro de su chica— ¡Oh, Megh!

Siguió respirando contra su rostro y hasta aquel momento Meghan se percató que más allá de la valentía y fuerza mostrada necesitaba más que otra cosa: los brazos de Georg rodeándola y diciéndole que todo estaría bien, siempre a su lado.

«Tengo miedo… lo tengo por ti, lo tengo por todos los que amo…», dijo Meghan exclusivamente para Georg.
—Shhh… shhh… —bisbiseó y después de quitarle de las mejillas con devoción un par de lágrimas la besó.

Con aquel beso le recordó que todos los que están a su lado lo estarán por amor, que ninguno sufrirá y que su valentía los hará afrontar todas las adversidades con las que sus enemigos quieran verlos en el círculo más profundo del hades.

Se escuchó un carraspeo. Liam.

Meghan escondió la cara en el cuello de Georg y extendió su brazo para atraer a Mila a su costado.

—Lamento la interrupción de la escena romántica pero tenemos evidencia al humano que ocultar…
—Liam, por favor —reprendió Stiffens.
—Eres un imbécil —dijo por lo bajo Izaskun.
—¿De qué habla? —sorbió por la nariz Meghan, tratando de ocultar el malestar de las lágrimas.
—No me hubiera gustado decirlo de esta manera pero ya que estamos aquí… bueno, ya te has dado cuenta que tres de tus hermanos son solo Avatares que han ayudado a tu madre en su misión para esconderse y fingir ser una humana más —Meghan entendió por dónde iba aquella situación—, ayudarte a salir adelante… ellos, quieren retirarse y han trazado un plan que dejará a Nicasi bajo nueva protección pero igual de segura.
—¿Cuál es ese plan? Ese, que haces sonar tan macabro —replicó Meghan.

Se hizo un silencio, ninguno de los chicos quería anunciar aquella noticia que no tenía buena pinta.

—Debemos recrear una muerte —con voz acompasada inició Izaskun—, de tus hermanos de una manera muy… trágica —Meghan estaba perdiendo nuevamente la fuerza y apretó a Mila contra su cuerpo y hundió nuevamente el rostro en el cuello de Georg.
«Sigue…», dijo para todos y evocando detrás de sus parpados cerrados los rostros de sus hermanos.

Mila miraba expectante, a pesar de ser pequeña, era fría. Sabía que las cosas ocurrían más allá de lo largo que podía extender sus alas y las posibilidades de que sucedieran cosas malas o trágicas era algo constante y lo sería siendo lo que eran.

—Tus hermanos deberán tener una muerte tan impactante como sea posible para que una madre recurra a la locura y nunca salga…
—De un psiquiátrico.


Finalizó Meghan enderezando el rostro; entendiendo que no sólo iba a perder a tres de sus hermanos sino que no volvería a ver a su madre un mucho tiempo.




ANGEL ON MY SHOULDER