Meghan: Amor animi arbitrio sumitur, non ponitur |
La
piel de Meghan era completamente blanca, lisa, perfecta a los ojos de
cualquiera pero para Georg no, él podía percibir hasta el más mínimo cambio en
su piel desnuda, veía más allá. Notaba como cada uno de los poros de su cuerpo
reaccionaban al contacto de sus caricias, unas que eran las más suaves, eran
una completa delicia al alma, a la vida, al momento.
Georg
al contrario parecía bronceado, si sus pieles se juntaban, y a pesar de todo
parecían un par de piezas hechas para estar completamente unidas. Una sobre de
otra, una a lado de la otra, una detrás de la otra, por delante y sin importar
el orden sería sólo una.
Los
músculos de Georg se tensaban de inmenso placer cada que Meghan traspasaba el
límite de lo que él creía racional con tan sólo acariciarlo. No había límites,
ni ataduras. Simplemente placer, amor y necesidad del uno por el otro.
Previamente
la había desnudado con tanta paciencia y delicadeza que la concepción del
tiempo se había convertido en uno diferente, tal vez ya no existía.
Tal
vez nunca existió.
La
sostuvo con delicadeza, una mano sobre uno de sus muslos, demasiado blanco.
Recostada y con la respiración entrecortada, el único deleite seguro era mirar
las pupilas de cada uno y ver más allá del reflejo en perspectiva miniatura que
tenue se observaba en los claros ojos de ambos.
La
caricia, fue como un efecto elevado del placer, cada toque, cada roce y Meghan
posiblemente no soportaría más esas llamaradas que se disparaban dentro de su
frágil cuerpo. Georg, la tomaba no con sutileza, no con fuerza, un punto muerto
exactamente, con la presión justa para llevarse de recompensa sensaciones que
no creyó que pudieran existir juntas la una con la otra.
Su
mano subió hasta la cadera.
Él
quedó a horcajadas sobre Meghan que recibió todas y cada una de las
definiciones de amor y placer.
Deseaba
quedar piel a piel con Georg.
Su
respuesta fue diferente. La miró de nuevo y acercó sus labios a ciegas,
sabiendo que el beso sería bien correspondido. La besó una y otra vez. Una y
otra vez, hasta que los tímidos dedos de ella comenzaron a juguetear en su
piel. Ella inexperta, delegó los movimientos a los instintos de su cuerpo. Era
la marioneta de la lujuria.
Atrajo
su cara más a la suya y jugueteó con el nacimiento de su cabello por la nuca,
la otra mano acariciaba todo lo largo de su espalda provocando en Georg que
esos instintos primitivos se apoderaran del poco espacio que aún existía entre
ellos haciéndolo nulo.
Un
silencio.
Después,
el entorno se volvió en una descomposición de sensaciones y ardor de emociones
cada que la piel de ambos entraba en contacto y se hacían sólo uno.
0 Alas:
Publicar un comentario